Cómo conoció la Fe Mírzá 'Abu'l-Fadl

Mírzá Abu’l-Fadl nació en 1844, el mismo año que nuestro querido ‘Abdu’l-Bahá. De seguro un erudito de su altura, hasta los 30 años habría oído hablar sobre la Fe Bahá’i, aunque no le diera especial importancia, hasta que llegó el día en que tuvo que decidir por sí mismo si aceptar la fe o rechazarla. Mientras él daba un seminario en la casa de la madre del Sháh, uno de los alumnos que acudía a ese seminario, acudía a la par a unas reuniones hogareñas en casa de un bahá’i, y después le hacía preguntas a Mírzá Abu’l-Fadl sobre os temas que allí se hablaban (las reuniones se daban en casa de (Áqá ‘Abdu’l Karím).

Era costumbre que el clero musulmán visitase una mezquita al sur de Teherán los viernes por la tarde. Mientras Mírzá Abu’l-Fadl viajaba junto a otros sacerdotes, pararon en una herrería. El herrero, que era babí, le dijo en un tono irrisorio: "Señor mío, por su barba y turbante se ve que usted es un pedazo de sacerdote". Mírzá Abu’l-Fadl logró mantener la compostura y movió la cabeza disimuladamente para afirmar tales palabras. Entonces el herrero le dijo que tenía varias dudas acerca de distintas tradiciones de los imames. Le preguntó: "hay una tradición que dice que un ángel acompaña a cada gota de lluvia que cae, ¿Es cierta esa tradición?". Mírzá Abu’l-Fadl verificó la autenticidad de dicha tradición. Entonces el herrero le dijo: "he oído otra tradición que dice que los ángeles no entran en casas donde hayan perros, ¿es cierta esta otra?". De nuevo Mírzá Abu’l-Fadl verificó la autenticidad de esa tradición. "Entonces es imposible que llueva en una casa en la que haya perro alguno, porque las gotas vienen acompañadas por ángeles, y estos huyen de la impureza de los perros". Estas tres frases dejaron atónito a Mírzá Abu’l-Fadl, que quedó sin nada que poder decir. Fue entonces cuando le dijeron que ese hombre era un Bábí, y ahí se percató de que esas personas no eran tan ignorantes como había pensado.

El nombre del herrero era Ustád Husayn, y era de Kashán. Tras este suceso en el que se demostró la incongruencia de la aceptación literal de las tradiciones religiosas, Ustád Husayn se puso en contacto con Áqá ‘Abdu’l Karím, relatándole lo ocurrido, y éste no dejó pasar la oportunidad y comenzó a hablar con Mírzá Abu’l-Fadl cada vez que este venía a su tienda. Como en esa época decir que eres bahá’i, te conllevaba a la muerte, por lo que las personas mantenían en secreto su pertenencia. La forma que utilizó Áqá ‘Abdu’l Karím para informar a Mírzá Abu’l-Fadl sobre las creencias bahá’is fue la de contarle que cuando se encontraba en Isfahán, conoció a un vecino que era bahá’i.

Según él mismo relata, estuvo ocho meses luchando dialécticamente y haciendo grandes preguntas a distintos eruditos bahá’is de la época, manteniendo conversaciones acaloradas, muchas veces hasta el amanecer. Hablaba de esta o aquella profecía, y sobre si la venida de Bahá’u’lláh era el cumplimiento de esas profecías. Cuanto más hablaba menos argumentos le quedaban, pero no le gustaba dar su brazo a torcer. Entre los eruditos con los que mantuvo relación están Nabil-i-Akbar, Hájí Muhammad Ismáíl Dhabíh-i-Káshání y Aqá Mírzá Hiydar ‘Alí-i-Ardistání.

Un día, en una de las reuniones a las que asistía, leyó el contenido de dos tablas de Bahá’u’lláh dirigidas a las máximas autoridades otomanas, Súriy-i-Ra’ís y el Lawh-i-Fu’ad, tablas en las que Bahá’u’lláh predecía la caída del propio Sultán (Sultán ‘Abdu’l-Azíz) y de su ministro (‘Alí Pashá). Decidió que esperaría sus cumplimientos para dar por finalizada su búsqueda, y que si se cumplía, daría por finalizada su búsqueda.

Tras 5 ó 6 meses, en una mezquita, vio a dos creyentes, y decidió taparse con su túnica para que éstos no le vieran, pero ellos le vieron, y se acercaron a él, y le anunciaron que la prueba a la que supeditaba su fe había sido superada, y es que el sultán había sido destronado y asesinado, y sus ministros derrocados. Esto sacudió a Mírzá Abu’l-Fadl, quien salió corriendo de la mezquita. Ya por la tarde, Áqá ‘Abdu’l Karím y dos creyentes más fueron a su casa para relatarle más detalladamente lo ocurrido, pero Mírzá Abu’l-Fadl estaba muy enfadado y enojado, por lo que salió con un pretexto de la casa, y ya no volvió. Ellos tres se quedaron esperando un tiempo, pero al ver que no volvió, decidieron marcharse de allí. Mírzá Abu’l-Fadl necesitaba algo más de búsqueda y algo más te tiempo. Pero a partir de ese momento, congenió tanto con los bahá’is que a ojos de la gente era considerado como bahá’i.

En Kashfu’l-Ghitá, Mírzá Abu’l-Fadl relata la siguiente historia:

En el año 1876, en el tiempo en que yo mantenía contacto con los bahá’is con el propósito de estudiar sobre la Fe, mientras al mismo tiempo ejercía de director del colegio sacerdotal de Hakím Háshim, uno de los estudiantes de nombre Mullá ‘Abdu’lláh, que estudiaba también conmigo y decía creer en la nueva Fe, me comentó un día lo siguiente: su profesor de pronunciación del Corán, por el afecto que sentía hacia él, le llevaba todos los días, después de la oración del mediodía a la reunión de Mirzá Muhammad Riday-i-Hamadání, para que este erudito le convenciera de dejar a los bahá’is.

Un día, Mullá Abdu’lláh me pidió que le acompañara a este encuentro. Mi contestación a su petición fue que yo todavía me encontraba en la etapa de búsqueda en investigación, y aún no había podido decidir entre aceptar o negar la Fe, y además no creía que Mirzá Muhammad Riday-i-Hamadání tuviese más conocimiento sobre la Fe que yo. Mullá ‘Abdu’lláh y su profesor insistieron hasta que un día decidí acompañarlos.

Una tarde, acudimos a la mezquita donde Mirzá Muhammad Riday-i-Hamadání sermoneaba. Después del sermón, Mirzá Muhammad Riday-i-Hamadání, tres de sus discípulos y nosotros tres entramos en su casa. Mirzá Muhammad Riday-i-Hamadání comenzó de inmediato a hablar contra la Fe y dijo que l más importante razón que demuestra la herejía de esta gente (los bahá’is) consiste en que utilizan el término Rabb (Señor, Dios) para designar al fundador de su religión, al que llaman Rabb-i-A’lá y esto, concluyó, es puro politeísmo. Le contesté mencionándole que este término se ha usado también para referirse al amo, y cité para ello algunos versículos del Corán y algunas tradiciones extraídas del libro que Mullá ‘Abdu’lláh traía consigo. Mirzá Muhammad Rida debió pensar que yo era bahá’i pues se dirigió a mí y planteó varias cuestiones a las que yo respondí, pues ya anteriormente las había planteado yo mismo a los bahá’is y había obtenido de ellos la contestación.

Este debate duró una hora y media, hasta que él se quedó sin preguntas. Quiso saber mi nombre y Mullá ‘Abdu’lláh se lo dijo. Entonces se dirigió a mí de forma agresiva y dijo:” Mírzá Abu’l-Fadl, sepa usted que cuando Táhirih vino a Hamadán, mantuvo un debate con mi padre. Mi padre concluyó que Táhirih tenía que producir un milagro para mostrar su verdad, si no, él mismo produciría un milagro para confirmar la falsedad de ella. Ahora, tú, Mírzá abu'l-Fadl, produce un milagro para confirmar tu Fe o yo produciré un milagro para demostrar la falsedad de tu Fe”

Yo le contesté con estas palabras: “si usted no lo sabe, este Hájí Mullá Ismáíl sí que sabe que no soy un Bábí o bahá’i, ero como la venida del Prometido es un principio de la fe musulmana, es por ello que estoy investigándolo. No soy creyente bahá’i, y por tanto no tengo que producir un milagro que confirme mi fe. Siendo esto así, sería usted muy amable si produjera un milagro que demostrara su falsedad y me liberara de los quebraderos de la búsqueda”. Mullá ‘Abdu’lláh también se lo pidió. Mirzá Muhammad Rida, al ver que no había conseguido nada con su amenaza, quiso levantarse e irse, pero cogí el regazo de su túnica y le dije: “Señor, ¿adónde va y qué ha sido de su milagro?” Él se liberó su ropa de mis manos y dijo que no se refería a sí mismo, sino que había otras personas en la ciudad que podrían hacerlo y se retiró al interior de su casa.

Así y después de obtener respuesta a todas sus preguntas, una noche estuvo en su casa en comunión con Dios, suplicándole guía. Ya bien entrada la noche se levantó de la cama, reflexionó, y haciendo sus abluciones comenzó a orar. Entonces leyó algunos de los textos de Bahá’u’lláh que tenía consigo, y fue entonces cuando sus dudas se despejaron, y embargó su corazón la más profunda tranquilidad. Antes de que saliese el sol, marchó a la casa de ‘Abdu’l-Karím y se postró ante su puerta en señal de agradecimiento.

Fuente: Mírzá Abu’l-Fadl de Navid Mohabbat

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