Cómo conoció la Fe Mírzá 'Abu'l-Fadl

Mírzá Abu’l-Fadl nació en 1844, el mismo año que nuestro querido ‘Abdu’l-Bahá. De seguro un erudito de su altura, hasta los 30 años habría oído hablar sobre la Fe Bahá’i, aunque no le diera especial importancia, hasta que llegó el día en que tuvo que decidir por sí mismo si aceptar la fe o rechazarla. Mientras él daba un seminario en la casa de la madre del Sháh, uno de los alumnos que acudía a ese seminario, acudía a la par a unas reuniones hogareñas en casa de un bahá’i, y después le hacía preguntas a Mírzá Abu’l-Fadl sobre os temas que allí se hablaban (las reuniones se daban en casa de (Áqá ‘Abdu’l Karím).

Era costumbre que el clero musulmán visitase una mezquita al sur de Teherán los viernes por la tarde. Mientras Mírzá Abu’l-Fadl viajaba junto a otros sacerdotes, pararon en una herrería. El herrero, que era babí, le dijo en un tono irrisorio: "Señor mío, por su barba y turbante se ve que usted es un pedazo de sacerdote". Mírzá Abu’l-Fadl logró mantener la compostura y movió la cabeza disimuladamente para afirmar tales palabras. Entonces el herrero le dijo que tenía varias dudas acerca de distintas tradiciones de los imames. Le preguntó: "hay una tradición que dice que un ángel acompaña a cada gota de lluvia que cae, ¿Es cierta esa tradición?". Mírzá Abu’l-Fadl verificó la autenticidad de dicha tradición. Entonces el herrero le dijo: "he oído otra tradición que dice que los ángeles no entran en casas donde hayan perros, ¿es cierta esta otra?". De nuevo Mírzá Abu’l-Fadl verificó la autenticidad de esa tradición. "Entonces es imposible que llueva en una casa en la que haya perro alguno, porque las gotas vienen acompañadas por ángeles, y estos huyen de la impureza de los perros". Estas tres frases dejaron atónito a Mírzá Abu’l-Fadl, que quedó sin nada que poder decir. Fue entonces cuando le dijeron que ese hombre era un Bábí, y ahí se percató de que esas personas no eran tan ignorantes como había pensado.

El nombre del herrero era Ustád Husayn, y era de Kashán. Tras este suceso en el que se demostró la incongruencia de la aceptación literal de las tradiciones religiosas, Ustád Husayn se puso en contacto con Áqá ‘Abdu’l Karím, relatándole lo ocurrido, y éste no dejó pasar la oportunidad y comenzó a hablar con Mírzá Abu’l-Fadl cada vez que este venía a su tienda. Como en esa época decir que eres bahá’i, te conllevaba a la muerte, por lo que las personas mantenían en secreto su pertenencia. La forma que utilizó Áqá ‘Abdu’l Karím para informar a Mírzá Abu’l-Fadl sobre las creencias bahá’is fue la de contarle que cuando se encontraba en Isfahán, conoció a un vecino que era bahá’i.

Según él mismo relata, estuvo ocho meses luchando dialécticamente y haciendo grandes preguntas a distintos eruditos bahá’is de la época, manteniendo conversaciones acaloradas, muchas veces hasta el amanecer. Hablaba de esta o aquella profecía, y sobre si la venida de Bahá’u’lláh era el cumplimiento de esas profecías. Cuanto más hablaba menos argumentos le quedaban, pero no le gustaba dar su brazo a torcer. Entre los eruditos con los que mantuvo relación están Nabil-i-Akbar, Hájí Muhammad Ismáíl Dhabíh-i-Káshání y Aqá Mírzá Hiydar ‘Alí-i-Ardistání.

Un día, en una de las reuniones a las que asistía, leyó el contenido de dos tablas de Bahá’u’lláh dirigidas a las máximas autoridades otomanas, Súriy-i-Ra’ís y el Lawh-i-Fu’ad, tablas en las que Bahá’u’lláh predecía la caída del propio Sultán (Sultán ‘Abdu’l-Azíz) y de su ministro (‘Alí Pashá). Decidió que esperaría sus cumplimientos para dar por finalizada su búsqueda, y que si se cumplía, daría por finalizada su búsqueda.

Tras 5 ó 6 meses, en una mezquita, vio a dos creyentes, y decidió taparse con su túnica para que éstos no le vieran, pero ellos le vieron, y se acercaron a él, y le anunciaron que la prueba a la que supeditaba su fe había sido superada, y es que el sultán había sido destronado y asesinado, y sus ministros derrocados. Esto sacudió a Mírzá Abu’l-Fadl, quien salió corriendo de la mezquita. Ya por la tarde, Áqá ‘Abdu’l Karím y dos creyentes más fueron a su casa para relatarle más detalladamente lo ocurrido, pero Mírzá Abu’l-Fadl estaba muy enfadado y enojado, por lo que salió con un pretexto de la casa, y ya no volvió. Ellos tres se quedaron esperando un tiempo, pero al ver que no volvió, decidieron marcharse de allí. Mírzá Abu’l-Fadl necesitaba algo más de búsqueda y algo más te tiempo. Pero a partir de ese momento, congenió tanto con los bahá’is que a ojos de la gente era considerado como bahá’i.

En Kashfu’l-Ghitá, Mírzá Abu’l-Fadl relata la siguiente historia:

En el año 1876, en el tiempo en que yo mantenía contacto con los bahá’is con el propósito de estudiar sobre la Fe, mientras al mismo tiempo ejercía de director del colegio sacerdotal de Hakím Háshim, uno de los estudiantes de nombre Mullá ‘Abdu’lláh, que estudiaba también conmigo y decía creer en la nueva Fe, me comentó un día lo siguiente: su profesor de pronunciación del Corán, por el afecto que sentía hacia él, le llevaba todos los días, después de la oración del mediodía a la reunión de Mirzá Muhammad Riday-i-Hamadání, para que este erudito le convenciera de dejar a los bahá’is.

Un día, Mullá Abdu’lláh me pidió que le acompañara a este encuentro. Mi contestación a su petición fue que yo todavía me encontraba en la etapa de búsqueda en investigación, y aún no había podido decidir entre aceptar o negar la Fe, y además no creía que Mirzá Muhammad Riday-i-Hamadání tuviese más conocimiento sobre la Fe que yo. Mullá ‘Abdu’lláh y su profesor insistieron hasta que un día decidí acompañarlos.

Una tarde, acudimos a la mezquita donde Mirzá Muhammad Riday-i-Hamadání sermoneaba. Después del sermón, Mirzá Muhammad Riday-i-Hamadání, tres de sus discípulos y nosotros tres entramos en su casa. Mirzá Muhammad Riday-i-Hamadání comenzó de inmediato a hablar contra la Fe y dijo que l más importante razón que demuestra la herejía de esta gente (los bahá’is) consiste en que utilizan el término Rabb (Señor, Dios) para designar al fundador de su religión, al que llaman Rabb-i-A’lá y esto, concluyó, es puro politeísmo. Le contesté mencionándole que este término se ha usado también para referirse al amo, y cité para ello algunos versículos del Corán y algunas tradiciones extraídas del libro que Mullá ‘Abdu’lláh traía consigo. Mirzá Muhammad Rida debió pensar que yo era bahá’i pues se dirigió a mí y planteó varias cuestiones a las que yo respondí, pues ya anteriormente las había planteado yo mismo a los bahá’is y había obtenido de ellos la contestación.

Este debate duró una hora y media, hasta que él se quedó sin preguntas. Quiso saber mi nombre y Mullá ‘Abdu’lláh se lo dijo. Entonces se dirigió a mí de forma agresiva y dijo:” Mírzá Abu’l-Fadl, sepa usted que cuando Táhirih vino a Hamadán, mantuvo un debate con mi padre. Mi padre concluyó que Táhirih tenía que producir un milagro para mostrar su verdad, si no, él mismo produciría un milagro para confirmar la falsedad de ella. Ahora, tú, Mírzá abu'l-Fadl, produce un milagro para confirmar tu Fe o yo produciré un milagro para demostrar la falsedad de tu Fe”

Yo le contesté con estas palabras: “si usted no lo sabe, este Hájí Mullá Ismáíl sí que sabe que no soy un Bábí o bahá’i, ero como la venida del Prometido es un principio de la fe musulmana, es por ello que estoy investigándolo. No soy creyente bahá’i, y por tanto no tengo que producir un milagro que confirme mi fe. Siendo esto así, sería usted muy amable si produjera un milagro que demostrara su falsedad y me liberara de los quebraderos de la búsqueda”. Mullá ‘Abdu’lláh también se lo pidió. Mirzá Muhammad Rida, al ver que no había conseguido nada con su amenaza, quiso levantarse e irse, pero cogí el regazo de su túnica y le dije: “Señor, ¿adónde va y qué ha sido de su milagro?” Él se liberó su ropa de mis manos y dijo que no se refería a sí mismo, sino que había otras personas en la ciudad que podrían hacerlo y se retiró al interior de su casa.

Así y después de obtener respuesta a todas sus preguntas, una noche estuvo en su casa en comunión con Dios, suplicándole guía. Ya bien entrada la noche se levantó de la cama, reflexionó, y haciendo sus abluciones comenzó a orar. Entonces leyó algunos de los textos de Bahá’u’lláh que tenía consigo, y fue entonces cuando sus dudas se despejaron, y embargó su corazón la más profunda tranquilidad. Antes de que saliese el sol, marchó a la casa de ‘Abdu’l-Karím y se postró ante su puerta en señal de agradecimiento.

Fuente: Mírzá Abu’l-Fadl de Navid Mohabbat

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Sueño de Shaykh Ahmad

Siyyid Kázim escribe en su libro Dalílu’l-Mutahayyirín: “una noche nuestro maestro vio en sueños al Imám Hasan, ¡sobre él sea la salvación! Esta Alteza puso su bendita lengua en la boca de éste. De la adorable saliva de su Alteza, extrajo de él las ciencias y el socorro de Dops. Era de gusto almibarado, más dulce que la miel, más perfumada que el almizcle, y aún más cálida. Cuando volvió en sí tras despertar del sueño, se transmutó en lo más íntimo, irradiaba las luces de la contemplación de Dios, rebosaba en un puro desbordar de obras buenas y quedó por entero separado de todo lo que no fuera Dios. Su creencia y confianza en Dios aumentaban al tiempo que lo hacía su resignación a la Voluntad del Altísimo. Por su excesivo amor y por el deseo impetuoso que brotaba de su corazón solía olvidarse de comer y aun vestirse, excepto lo imprescindible para no morir”.

Fuente: Los Rompedores del Alba, pág 136

La vida de Bahá'u'lláh

Bahá'u'lláh, cuyo nombre significa en árabe "La Gloria de Dios", nació el 12 de noviembre de 1817 en Teherán. Era hijo de Mirzá Buzurg-i-Núrí, un acaudalado ministro del Gobierno. El nombre de Bahá'u'lláh era Husayn-'Ali y el origen de Sus ancestros se remontaba a las grandes dinastías del pasado imperial. Durante Su juventud Bahá'u'lláh disfrutó de una vida principesca y de una educación centrada en la equitación, la esgrima, la caligrafía y la poesía clásica.

En octubre de 1835, Bahá'u'lláh contrajo matrimonio con Ásíyih Khánum, hija de otro noble de quien tuvo tres hijos: un varón, 'Abdu'I-Bahá, nacido en 1844; una hija, Bahíyyih, nacida en 1846; y otro varón, Mihdí, nacido en 1848.

Bahá'u'lláh, tras declinar la carrera ministerial que tenía ante Sí, escogió consagrar todas Sus fuerzas a la beneficencia, lo que ya a comienzos de la década de 1840 le valió ser conocido como "Padre de los pobres". En 1844 esta existencia privilegiada cambió repentinamente de signo: Bahá'u'lláh se había convertido en uno de los grandes defensores del movimiento babí.

El movimiento babí, precursor de la Fe Bahá'í, barrió Irán como un torbellino, atrayendo sobre sí la persecución feroz del clero. Tras la ejecución de su Fundador, el Báb, Bahá'u'lláh fue arrestado para ser conducido, encadenado y a pie, hasta Teherán. Allí algunos cortesanos y clérigos influyentes solicitaron la pena de muerte. Pero la vida de Bahá'u'lláh quedó a resguardo gracias a Su reputación personal, la posición social de Su familia y las protestas de algunas embajadas occidentales.

Por consiguiente, fue arrojado al infame "Pozo Negro" (Siyah-Chal, en persa). Las autoridades confiaban en que este castigo acabase con Su vida. No fue así. Aquella mazmorra se convirtió en la cuna de una nueva revelación.

Bahá'u'lláh pasó cuatro meses en el Pozo Negro. Fue allí donde llegó a conocer el alcance de Su misión. "Yo no era más que un hombre como los demás, recostado en su lecho, cuando he aquí que las brisas del Todoglorioso Me embargaron y Me instruyeron en el conocimiento de todo cuanto ha sido". "No es esto algo que proceda de Mí, sino de Quien es el Todopoderoso y el Omnisciente. Y Él me ordenó que alzara la voz entre el cielo y la tierra ( .. ) ".

Bahá'u'lláh dejó la mazmorra para emprender un exilio que Le llevaría fuera de Su tierra natal y que habría de durar cuarenta años. Su primer destino fue Bagdad. Al cabo de un año Bahá'u'lláh emprendió el camino hacia las desoladas montañas del Kurdistán, en donde vivió dos años de meditación solitaria.

Este período recuerda en muchos aspectos la reclusión de los Fundadores de otras religiones: las caminatas de Buda, los cuarenta días y noches de Cristo en el desierto, y el retiro de Muhammad en la cueva del Monte Hira.

En 1856, a instancias de los exiliados babíes, Bahá'u'lláh regresaba a Bagdad. Bajo Su jefatura renovada, el prestigio de la comunidad babí empezó a crecer. La reputación de Bahá'u'lláh como guía espiritual se divulgó por toda la ciudad. Por ello, y temiendo que Su popularidad reenardeciese los ánimos de la comunidad babí de Persia, el Gobierno del Shah logró que las autoridades otomanas dieran orden de enviarlo a tierras aún más distantes.

En abril de 1863, antes de abandonar Bagdad, Bahá'u'lláh y Sus compañeros acampaban en un jardín situado a la vera del Tigris. Desde el 21 de aquel mes hasta el 2 de mayo, Bahá'u'lláh proclamó a los babíes de su entorno que Él era el Prometido predicho por el Báb y, de hecho, por las Sagradas Escrituras de la humanidad.

El jardín recibiría el nombre de "Ridván", palabra que en árabe significa "paraíso". El aniversario de los doce días allí transcurridos, conocidos como "la Fiesta de Ridván", constituye la celebración más gozosa del calendario bahá'í.

El 3 de mayo de 1863, rodeado de Su familia y algunos compañeros escogidos, Bahá'u'lláh partió de Bagdad camino de Estambul, capital del Imperio Otomano. En aquel momento Bahá'u'lláh era ya una figura que gozaba de enorme prestigio y afecto popular. Los relatos procedentes de los testigos oculares nos han dejado una descripción conmovedora de la partida, donde se mezclan las lágrimas de los espectadores y el tributo de honor que le rindieron las autoridades.

Al cabo de cuatro meses de estancia en Estambul, Bahá'u'lláh fue enviado en calidad de prisionero a Adrianópolis (la actual Edirne), adonde llegó el 2 de diciembre de 1863. En el curso de los cinco años que permaneció en dicha ciudad, la reputación de Bahá'u'lláh no dejó de extenderse, como bien prueba el intenso interés que suscitó Su persona entre los círculos de estudiosos, diplómaticos y altos funcionarios de la administración.

Hacia septiembre de 1867 Bahá'u'lláh empezó a escribir una serie de epístolas dirigidas a los dirigentes de la época, entre ellos, el emperador Napoleón III, la reina Victoria, el káiser Guillermo I, el zar Alejandro II de

Rusia, el emperador Francisco José, el papa Pío IX, el sultán Abdul-Aziz y el shah de Persia Nasirid-Din.

En ellas, Bahá'u'lláh proclama abiertamente Su condición y habla del advenimiento de una nueva era. Pero, antes que nada, advierte que el orden social del mundo iba a sufrir trastornos catastróficos sin parangón. A fin de paliarlos -es Su apremiante mensaje- los gobernantes del mundo debían conducirse con justicia. Apeló a estos grandes mandatarios para que redujeran sus arsenales y estableciesen cierta asociación de naciones. Para alcanzar una paz duradera sólo cabía un remedio: actuar conjuntamente contra la guerra.

Ante las instigaciones continuas de la embajada persa, el Gobierno turco decidió deshacerse de Bahá'u'lláh enviándolo a la fortaleza-prisión de Acre (la antigua San Juan de Acre, Palestina, provincia de Siria). Por aquel entonces Acre era un remoto confín al que solían ser enviados los asesinos, asaltantes de caminos y disidentes políticos. Era una ciudad amurallada, de callejuelas estrechas y casas de aspecto desolador; carecía de agua limpia y su aire, según la descripción popular, era tan hediondo que al aspirarlo incluso las aves caían del cielo.

Fue en este paradero adonde vinieron a recalar Bahá'u'lláh y Su familia el 31 de agosto de 1868 en lo que sería tramo final de su prolongado exilio. Los 24 años subsiguientes habrían de transcurrir entre Acre y sus alrededores. Al principio Bahá'u'lláh y Sus compañeros estuvieron confinados en el recinto de la prisión. Más tarde se les permitió el traslado a una casa dentro de la ciudad donde vivieron en condiciones de hacinamiento. Dada su fama de herejes peligrosos, su presencia era objeto de la animosidad pública. Incluso sus hijos debían lanzarse a la fuga para evitar ser apedreados.

Con el paso del tiempo, el espíritu de Bahá'u'lláh y Sus enseñanzas lograron hacer mella en medio de tanta hostilidad, al punto de que algunos de los gobernadores y clérigos de la ciudad llegaron a convertirse en devotos admiradores suyos. Al igual que aconteció en Bagdad y Adrianópolis, la talla moral de Bahá'u'lláh fue haciéndose acreedora del respeto, afecto e incluso de una posición de preeminencia social.

Acre fue además el lugar donde Bahá'u'lláh compuso su obra capital, más conocida entre los bahá'ís por su denominación persa, el Kitábi-Aqdas (El libro más sagrado). En ella se describen brevemente las leyes y principios esenciales que han de seguir Sus seguidores; asimismo en la obra quedan trazadas las líneas maestras de la administración bahá'í

En los últimos años de la década de los 70, Bahá'u'lláh quedó en libertad de trasladarse a vivir fuera del recinto amurallado, en un lugar donde Sus seguidorespodían visitarle con relativa paz y seguridad. Bahá'u'lláh fijó su residencia en una mansión abandonada, conocida como Bahjí, en cuyo retiro pudo dedicar Sus días a la escritura.

Bahá'u'lláh falleció el 29 de mayo de 1892. Sus restos fueron inhumados en una habitación ajardinada contigua a la mansión. Para los bahá'ís éste es el lugar más sagrado de la tierra.


Extracto tomado de la revista "los Bahá'is"

Cómo y donde reconoció Shayh Hasan-i-Zunúzí a Bahá'u'lláh

Shaykh Hasan-i-Zunúzí, que había servido a el Báb durante Su cautividad en Ádharbáyján, vivía ahora en Karbilá, habiendo recibido instrucciones de el Báb Mismo de ir a esa ciudad santa y establecer allí su hogar.

Shaykh Hasan había sido discípulo de Siyyid Kázim-i-Rashtí y había llegado por primera vez a la presencia del Báb durante el peregrinaje de este a las ciudades santas de Irak, mientras aún vivía Siyyid Kazim. Más adelante, Shaykh Hasan Le sirvió como amanuense en Máh-Kú y luego en Chihríq.

Cuando se enteró el Báb de que Quddús y Bábu’l-Báb estaban ambos sitiados en Mázindarán, urgió a los babíes a ir a ayudarles y le dijo a Shaykh Hasan: "Si no hubiera sido por Mi encarcelamiento en esta montaña intrincada, hubiera sido mi deber ineludible ir en persona a ayudar a Mi amado Quddús. Pero no es este tu caso. Yo quiero que vayas a Karbilá y esperes el día en que puedas contemplar con tus propios ojos la Belleza del Husayn Prometido. Acuérdate de Mí en ese día y ofrécele Mi amor y sumisión. Te estoy confiando una misión importantísima. Cuidado que tu corazón no vacile y olvide la gloria que se te ha dado".

Shaykh Hasan hizo lo que se le había pedido y estaba entonces en Karbilá, hasta que un día de octubre de 1851 se encontró cara a cara con Bahá'u'lláh, por primera vez, dentro del Santuario del Imám Husayn y reconoció en Bahá’u’lláh h al Husayn del que le había hablado el Báb. Lo hubiera gritado desde los tejados, pero Bahá’u’lláh le contuvo.

Durante esos meses de estancia de Bahá’u’lláh en las ciudades santas de Irak, muchos otros alcanzaron Su presencia y se volvieron devotos de Él. Entre ellos estaban Mírzá 'Abdu'l- Vahháb, aquel glorioso joven de Shiraz; Shaykh-' Al í Mírzá, también de Shiraz y sobrino de Shaykh Abú- Turáb, el Imám-jum'ih de esa ciudad que para proteger al Báb había hecho frente a sus atacantes; y Mirzá Muhammad-' Alí, médico bien conocido de Zanján que, años más tarde, tuvo una muerte de mártir.

Durante este período de ausencia de Bahá'u'lláh de Irán, habían tenido lugar cambios dramáticos. De forma sorprendente y como resultado de envidia y temor, Násiri’d-Din Sháh había destituido a Amír Kabír y le había enviado a Káshán, dando instrucciones a Hájí 'A1í Khán, el Hájibu' d -Dawlih (quien antes de mucho tiempo perseguiría a los seguidores del Báb con cruel matanza, y asesinó a Varqá), de dirigirse a esa ciudad y matar al ex Ministro. Mírzá Nasur'lláh-i-Núri, conocido como Mírzá Áqá Khán, que había sido nombrado Gran Visir y escribió a Bahá’u’lláh pidiéndole que volviera a Irán.

H.M.BALYUZI “Bahá’u’lláh el Rey de la Gloria” Capítulo 13 Editorial Bahá’i de España

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Nabíl-i-Akbar

Cuenta ‘Abdu’l-Bahá que en la ciudad de Najaf había :

“Había en la ciudad de Najaf, entre los discípulos del muy conocido mujtahid Shaykh Murtaḍá, un hombre sin par ni igual. Su nombre era Áqá Muḥammad-i-Qá’iní, y más adelante recibiría de la Manifestación el título de Nabíl-i-Akbar. Esta alma eminente se convirtió en el miembro más destacado del grupo de discípulos del mujtahid. Distinguido entre todos ellos, sólo él recibió el rango de mujtahid, pues el difunto Shaykh Murtaḍá no acostumbraba conferir este título.

Sobresalía no sólo en teología sino en otras ramas del conocimiento, como las humanidades, la filosofía de los Iluminati, las enseñanzas de los místicos y de la Escuela Shaykhí. Era un hombre universal, en sí mismo una prueba convincente. Cuando sus ojos se abrieron a la luz de la guía divina e inhaló las fragancias del Cielo, se convirtió en una llama de Dios. Entonces su corazón dio un vuelco en su interior y, en un éxtasis de alegría y amor, lanzó un rugido cual leviatán de las profundidades” (‘Abdu’l-Bahá. A los que fueron fieles, p. 17)

A decir verdad, Áqá Muḥammad-i-Qá’iní, Nabíl-i-Akbar, también conocido como Fáḍil-i-Qá’iní (el Sabio de Qá’in), era un hombre muy erudito. Se ha llegado a afirmar que nadie dentro de la Fe bahá’í ha superado jamás la profundidad de su erudición. En lo que se refiere a los logros que se requieren de un mujtahid shí‘í, su nivel alcanzado fue extraordinario aunque, como es normal, tenía poco conocimiento de la erudición y la sabiduría occidentales. Por otro lado, Mírzá Abu’l-Faḍl de Gulpáygán estaba bien versado en estudios islámicos y también tenía un conocimiento amplio y global del pensamiento occidental. Esto es sólo un comentario que non tiene por objetivo difamar la eminencia intelectual de Nabíl-i-Akbar, el sabio de Qá’in.

Cuando Áqá Muḥammad de Qá’in terminó de estudiar bajo la guía de Shaykh Murtaḍáy-i-Anṣárí y obtuvo su aprobación y bendición, se mudó de Najaf a Bagdad. Allí, en la ciudad de los Abasíes, alcanzó la presencia de Bahá’u’lláh. Como el propio Áqá Muḥammad ha relatado, Bahá’u’lláh le recibió gentilmente y le preguntó sonriente y de forma informal: “¿No sabes que somos ofensores a ojos del gobierno y hemos sido expulsado? La gente también nos considera bandidos y nos rechaza. Tú eres un erudito, un mujtahid muy respetado. Quienquiera que se reúne y trata con nosotros también se convierte en sospechoso y culpable a ojos del público. ¿Dime, entonces, por qué te has atrevido a venir a nosotros, arriesgándote y despreocupándote de tu propio rango y estatus?” Entonces Bahá’u’lláh invitó muy amablemente a Áqá Muḥammad a ser Su huésped y le dio instrucciones a Mírzá Áqá Ján para que actuara como anfitrión y velara por la comodidad de aquel alumno distinguido de Shaykh Murtaḍá.

Nabíl-i-Akbar nació en un pueblo, Naw-Firist, cercano a Bírjand en el distrito de Qá’in el 29 de marzo de 1829. Venía de una familia de clérigos ilustres y recibió la educación religiosa por lo que fue a Mashhad a estudiar bajo la tutela de los teólogos distinguidos de aquel pueblo. Durante su estancia se interesó por el estudio de la filosofía por lo que viajó a Sabzivár donde impartía clases Ḥájí Mullá Hádí, el filósofo persa más ilustre del siglo diecinueve. Tras cinco años de estudio, Nabíl se dirigió a las Tumbas Sagradas de Najaf y Karbilá para completar su educación. Corría el año 1852 cuando Nabíl entró en Teherán y las persecuciones de los bábíes posteriores al atentado contra la vida del Sháh estaban en su punto más álgido. Una serie de personas malintencionadas consiguieron que confundieran a Nabíl con un bábí y le arrestaran. Aunque demostró su inocencia y fue liberado, este hecho le hizo pensar y, más tarde, cuando tuvo la oportunidad, estudió los escritos del Báb y se convirtió en un creyente.

En Iraq, Nabíl asistió a las clases de los mujtahids más ilustres y, en concreto, las que impartía el Shaykh Murtaḍáy-i-Anṣárí, donde obtuvo el grado de mujtahid. Al volver a Irán, Nabíl pasó un tiempo en Bagdad, donde se encontró con Bahá’u’lláh. El propio Nabíl ha escrito acerca de cómo al principio no era capaz de ver el rango de Bahá’u’lláh y siempre destacaba en las reuniones de los bábíes pronunciando un discurso hasta que un día Bahá’u’lláh empezó a desarrollar un tema y resolvió un asunto de una forma que hizo que Nabíl se diera cuenta de su propia ignorancia.

Al volver a su pueblo natal, Nabíl empezó a enseñar la Fe. Pese a que al principio le recibieron con gran honor y distinción, cada vez empezó a haber más oposición. Finalmente fue arrestado y, tras un período de encarcelamiento en Bírjand, le mandaron a Mashhad. El Gobernador de allí, Sulṭán-Murád Mírzá, el Ḥisámu’s-Salṭanih, le liberó, pero al volver a Qá’in volvieron a arrestarle y le llevaron a Teherán en 1869. Los ulema de Teherán conspiraron para matar a Nabíl y éste tuvo que huir. Desde allí se dirigió a San Juan de Acre donde permaneció poco tiempo antes de recibir instrucciones de Bahá’u’lláh de volver a Irán a enseñar la Fe. Nabíl viajó por todo Irán y pronto las autoridades empezaron a buscarle por ser creyente. Finalmente le arrestaron en Sabzivár pero Nabíl impresionó tanto al Gobernador de ese pueblo que permitió que se escapara a ‘Ishqábád. Desde allí se dirigió con Mírzá Abu’l-Faḍl a Bujara donde Nabíl enfermó y murió el 6 de julio de 1892.

‘Abdu’l-Bahá le nombró Mano de la Causa de Dios, el Guardián de la Fe lo incluyó entre los Apóstoles de Bahá’u’lláh y la Tabla de la Sabiduría (Lawḥ-i-Ḥikmat) fue dirigida a él. En palabras de ‘Abdu’l-Bahá: “[...] porque fue firme en esta santa Fe, porque guió a las almas, sirvió a esta Causa y extendió su fama, Nabíl, esa estrella, brillará para siempre en el horizonte de luz eterna.”


Capítulo 9 de "Bahá'is ilustres en la época de Bahá'u'll´ah"

Quddús parte V

En esa época, esta nueva Fe estaba extendiéndose muy rápidamente. Entonces desde Mah-Ku llegó un mensaje, que el mismo Báb enviaba. En él, se pedía a los Bábís que se diese una gran reunión en la ciudad de Khurasán. Como el Báb estaba confinado en Mah-Ku, y Quddús era el guía, era indispensable que él estuviese presente allí. En dicha reunión, Quddús llamó a todos los Bábís, y les dijo las siguientes palabras:

“De ahora en adelante, tomad a Mullá Husayn como vuestro guía, y obedeced hasta la última frase lo que éste diga, porque pronto llegarán grandes pruebas que tendréis que superar, y obedeciendo a Mullá Husayn, estaréis resguardados de dichas pruebas”.

Con estas palabras, Quddús se despidió de sus compatriotas, y puso rumbo a Badasht. Cuando se dirigía a Badasht, se encontró con Bahá’u’lláh, y retomaron juntos el camino hasta allí. Era principios de verano, y Bahá’u’lláh alquiló tres chalets con jardines alrededor, uno para Quddús, otro para Táhirih (la única mujer que fue Letra del Viviente), y otro tercero para Él mismo.

En esta conferencia se congregaron 81 Bábís, y tuvo 22 días de duración. El propósito de esta conferencia era el separarse de las leyes y costumbres antiguas. Esto era una gran prueba para los Bábís, porque debían de dejar de lado tajantemente sus costumbres, y así probar la obediencia que tenían. Esta reunión fue propuesta por el Báb, y aún nadie conocía la posición de Bahá’u’lláh, sino que todos veían a Quddús como guía, por lo que otro de los propósitos de esta conferencia era el de exaltar la posición de Bahá’u’lláh. Una de las maneras que utilizaron era que cada mañana se entonaba una tabla escrita por el propio Bahá’u’lláh. En estas tablas, a cada uno de los presentes se les puso un sobrenombre: a Muhammad ‘Alí se le puso el sobrenombre de Quddús, a Fátimih Baraghání le puso el de Táhirih, y Él mismo se puso el de Bahá, así como el Báb le denominó. Cada día, una de las costumbres era eliminada. Cuando la gente vio que Táhirih, como mujer, no llevaba a cabo algunas de las antiguas costumbres, la denunciaron a el Báb.

Quddús parte IV

Mullá Husayn viajó a Barfourush, y tuvo un encuentro con Quddús, y le dio la noticia de que venía de estar en la presencia de el Báb, en Mah-Ku, sitio donde Éste estuvo encarcelado. Quddús se puso muy feliz, y abrazó fuertemente a Mullá Husayn, y en su honor invitó a los altos cargos de la ciudad, para tener un banquete, colocando a Mullá Husayn en lo alto del banquete, y sentándose él a sus pies. Cuando el banquete finalizó, Quddús le preguntó a Mullá Husayn por las noticias que traía desde Mah-ku, y éste dijo que Su amado no le había dado ninguna instrucción sobre cómo enseñar ni nada, solo le dijo que cuando llegase a Mazindarán (donde Barfourush es pueblo), encontraría un gran tesoro, y a partir de ahí ya sabría lo que hacer.

Cuando Quddús supo que Mullá Husayn buscaba un tesoro, cogió un libro escrito a mano por el Báb, y se lo entregó a Mulla Husayn, pidiéndole que leyese alguno de esos pasajes. Cuando Mullá Husayn leyó una sola página, se dio cuenta del poder que había recaído sobre Quddús, y supo que el tesoro que buscaba era Quddús. Tras eso le hizo una reverencia, y a partir de entonces, supo que debía obedecer todo lo que dijese Quddús, porque el Báb había dado un poder inmenso a este joven. En otro banquete, los altos cargos de la ciudad se percataron de que ahora el que se encontraba presidiendo el banquete era Quddús, y Mullá Husayn estaba a sus pies, haciendo reverencias continuamente.

A los días, Quddús le pidió a Mullá Husayn que marchase a Mashad, y que construyese una casa, invitando a todo el mundo a su casa, y hablando con ellos sobre la nueva Fe que tenía. Mullá Husayn partió, y construyó la casa rápidamente. A esa casa la llamó Bábíyéh. En cuanto Quddús supo de la finalización de la casa, marchó a Mashad, y no se separó de su presencia hasta su muerte. El método de enseñar la Fe que ambos tenían era que Mullah Husayn salía a la calle, y traía a la gente a Bábíyeh, y allí Quddús enseñaba la Fe a dichas personas. Mashad sufrió un gran cambio, de la noche a la mañana. Tantas personas aceptaron la Fe, que el Gobierno no fue capaz de controlarlo.

Quddús parte III

Con estas palabras, el Báb se despidió de Quddús, y le dio cierto número de tablas para que las entregase a su tío mayor, quien le cuidó durante su niñez, y le pidió que visitase a Su mujer y a Su madre, haciéndole llegar Sus saludos y Su cariño. Quddús partió acto seguido, encontrándose con el tío de el Báb, Hájí Mírzá Siyyid ‘Alí, en Shiraz, y con mucho amor, éste le llevó a su casa. El tío de el Báb dijo que había oído ciertas noticias sobre la importancia de su sobrino, pero dijo que no tenía claro Su posición, y tras hablar con Quddús, éste aceptó la Fe de su sobrino. Hájí Mírzá Siyyid ‘Alí fue la primera persona en Shiraz que aceptó la Fe de el Báb después de las Letras del Viviente.

Hájí Mírzá Siyyid ‘Alí era un comerciante de gran rango en Shiraz, pero tras conocer la Fe de su sobrino, se despojó de todo esto, y comenzó a enseñar la Fe fervientemente, perdiendo la vida en Teherán (Hájí Mírzá Siyyid ‘Alí es uno de los 7 mártires de Teherán).Otro de las personas con gran renombre de Shiraz que aceptó la Fe de el Báb, fue Mullá Sadiq.

Tras un tiempo en la ciudad, el gobernante de la ciudad mandó arrestar a Quddús y a Mullá Sadiq. Ordenó que despojaran los ropajes de Mullá Sadiq, y que golpeasen mediante el bastinado 1000 veces sus pies. Ordenó que quemasen sus barbas, y perforándoles el tabique nasal, colgasen una argolla, y los paseasen por la ciudad como ejemplo para los demás. Entonces les invitaron a marcharse de la ciudad, con la condición de que si volvían a esta serían ejecutados.

Quddús partió a Kirmán (Irán), y se citó con Hájí Siyyid Javád, quien se hizo Bábí al instante. Siguió residiendo allí un tiempo, sirviendo la Fe incansablemente. Tras un tiempo viajó hasta Teherán, llegando a la presencia de Bahá’u’lláh, tras lo cual fue a su casa, a Barfourush.

Allí estuvo con su madrastra. Ella quería por todos los medios que éste se casase, pero tenía miedo de no poder ver ese día, y fallecer antes. Entonces, en su insistencia, Quddús terminó por decir que todavía no había llegado el momento de su boda, pero dijo que si un día se casaba, le gustaría que fuese en la plaza central de su ciudad natal. Su madrastra no entendió nada de esto, hasta que a los 3 años de decir eso, Quddús fue ejecutado en dicha plaza.

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Quddús parte II

Cuando Mulla Husayn arribó de su viaje (El Báb le había dicho que fuese a la presencia de Bahá’u’lláh, y le entregase una Tabla especialmente escrita para Él), y dijo que Bahá’u’lláh había aceptado el mensaje de el Báb. Quddús relata que: “Entonces vi como el rostro de mi amado cambiaba de forma, adoptando una postura de tranquilidad, esperanza, y felicidad”.

Entonces el Báb le dijo a Quddús que irían de peregrinaje los dos juntos, junto a su sirviente, un hombre etíope. Uniéndose a una caravana musulmana que iba a la Meca para ser Hájís, (Hájí es toda aquella persona que va de peregrinaje a la Meca, dando las respectivas vueltas al Qiblih) salieron de Shiraz, y pasaron por Bushir, sitio en el que el tío de el Báb poseía un gran comercio, y desde el puerto de dicha ciudad, se montaron sobre un bote, partiendo hacia la Meca. Este viaje duró dos meses, viaje en que todos enfermaron, pero ni el Báb ni Quddus dieron importancia a tal cosa, ni prestaron atención a las malas condiciones del clima, y así como el Báb revelaba, Quddus tomaba nota.

Una vez llegaron a Irak, el Báb se vistió con los ropajes dignos del peregrinaje (sabrán que todo aquel que marcha de peregrinaje debe llevar ciertos ropajes), y montándose en un camello, prosiguieron su viaje. Y por más que el propio Báb rogó a Quddús que se montara sobre otro camello, este se negó, diciendo que él prefería tomar las riendas de Su camello, y guiarle por todo el trayecto.

Tras arribar a la Meca, el Báb le encomendó a Quddús un trabajo muy importante. Éste debía entregar una carta muy importante al Sheriff de la Meca. En esta carta, el Báb le decía al Sheriff que Él era el mensajero de Dios para ésta época, y le invitaba a que aceptase su Fe. Quddús hizo llegar tal mensaje a su destinatario, pero éste dijo no tener tiempo para leerla la carta, y dijo que después la leería. Varios días más tarde Quddús fue a ver si éste había recibido su mensaje, pero otra vez el Sheriff dijo que estaba muy ocupado y no había tenido tiempo de leerla.

El Báb y Quddús, partieron hacia Medina, y partieron de nuevo hacia Bushir. Este peregrinaje tardó nueve meses, y todo este tiempo, Quddús permaneció a Su lado. Cuando arribaron a Bushir, el Báb llamó a Quddús, y le dijo “Tu viaje junto a mí ha finalizado, y la hora de nuestra separación ha llegado. Nuestro próximo encuentro será ya en la otra vida. El destino te llevará a sufrir muchas penalidades y un mar de dificultades caerá sobre ti, incluso yo caeré en ese mar, pero sé feliz porque tú llevarás el estandarte del ejército de Dios, y serás martirizado. En un futuro, sufrirás mucho por estas calles de Shiraz, pero permanecerás con vida, porque el ejército de Dios te ayudará, y tu valentía llegará a oídos de toda la humanidad”.

Quddús parte I

Es bien sabido que Mulla Husayn fue el primer creyente de el Báb, al que reconoció el día 23 de mayo de 1844, pero la persona a la que el Báb tenía más aprecio era Mirza Muhammad ‘Alí (Quddús).

Quddus nació en Barforoush (ahora babol), que se encuentra al norte de Irán, y era Siyyid, es decir, descendiente de Mahoma. Quddus, cuando era pequeño, perdió a su madre, y durante su adolescencia, en Mashad (Irán), perdió a su padre. La persona que quedo a su cargo fue la mujer de su padre, mujer con la que se había casado tras el fallecimiento de su esposa. Ésta tenía un gran aprecio por este chico, porque decía que era muy generoso, listo, y ágil.

A sus 18 años, escuchó que Siyyid Kázim impartía unas clases en Karbilá, y sin dudarlo, marchó decidido a recibir dichas clases. Cuando arribó a esas clases, Siyyid Kázim estaba hablando sobre que pronto llegaría la persona que el Corán profetizaba, y dijo que él no estaría vivo cuando llegase ese día.

Entre todos los alumnos que asistían a estas clases, Quddús era un chico muy distinguido, y su maestro o miraba con ojos especiales, aunque no lo hacía saber a los demás alumnos. Durante las clases, éste, callado y humilde, se colocaba en la parte más cercana a la puerta, y al terminar las clases era el primero en marcharse. Siyyid Kázim, aunque no decía su nombre, agregaba que entre todos los alumnos allí presentes había uno que sería especialmente importante, y que todos debían de seguirle.

Una vez finalizado el seminario, todos los alumnos se repartieron a lo largo y ancho de Irán, con la ardua meta de encontrar al Prometido. Un grupo de ellos, entre los que estaban Quddús y Mullá Husayn, marchó a Shiraz. Cuando arribaron, Quddús notó que Mullá Husayn era el centro de atención de todo el mundo, y decidió separarse del grupo para encontrarse más tranquilo, y así poder encontrar al Prometido de todas las Épocas.

Mullá Husayn fue el primero en reunirse con Él, y él mismo cuenta que lo que más le costó de todo fue no poder decirle a nadie que sabía quién era el Prometido, y que había estado en Su presencia.

Cuando Quddús reconoció a el Báb, tan solo tenía 22 años. Aún con edad tan temprana, Quddús sufría mucho por ser incapaz de encontrar a su Amado. Un día, por las calles de Shiraz, se encontró con su viejo amigo Mullá Husayn, al que rogó que por favor le dijese si conocía al Prometido. Entonces vio que delante de ellos caminaba con excelencia una persona, y en voz alta gritó: “¿por qué me lo has estado escondiendo durante tanto tiempo? ¿Cómo te has atrevido? ¿Por qué no me has dicho que era Él (dijo señalando al Báb)? Le reconozco, sé que es Él, lo reconocería entre todas las personas del mundo”. Al oír esto, Mullá Husayn quedó impresionado, rápidamente se acerco al hombre que tenían delante (el Báb), y le dijo las cosas que Quddús había agregado, a lo que el Báb, muy calmado, contestó: “Tranquilo, ya habíamos hablado desde el otro mundo”, y le apremió a que invitase a Quddús a Su presencia.

Una vez que las dieciocho Letras del Viviente fueron establecidas, el Báb les llamó, y a cada uno les encomendó una responsabilidad, mandándoles a distintas ciudades para que proclamasen el mensaje que habían recibido. Tan solo fue Quddus el que se quedó junto a el Báb.

Ismu'lláhu'l-Asdaq

Ismu'lláhu'l-Asdaq fue en verdad un sirviente del Señor desde el comienzo de su vida hasta su último aliento. Siendo joven, se unió al círculo del difunto Siyyid Kázim y se convirtió en uno de sus discípulos. Era conocido en Persia por su vida de pureza, llegando a hacerse famoso como Mullá Sádiq, el santo. Era un individuo bendito, un hombre versado, instruido y muy respetado. La gente de Khurásán le tenía gran aprecio, pues era un gran erudito y uno de los más renombrados entre aquellos únicos e incomparables teólogos. Como maestro de la Fe, hablaba con tal elocuencia, con tan extraordinario poder, que conquistaba a sus oyentes con gran facilidad.

Tras haber venido a Baghdád y alcanzado la presencia de Bahá'u'lláh, se encontraba un día sentado en el patio de los aposentos de los hombres, junto al jardín pequeño. Yo estaba en una de las habitaciones que estaban justo encima y que daban al patio. En ese momento llegó a la casa un príncipe persa, nieto de Fath-'Alí Sháh. El príncipe le dijo: "¿Quién es usted?" Ismu'lláh respondió: "Soy un siervo de este Umbral. Soy uno de los guardianes de esta puerta." Y mientras yo escuchaba desde arriba, empezó a enseñar la Fe. El príncipe, al comienzo se opuso violentamente, mas, sin embargo, en un cuarto de hora, pausada y benignamente, Jináb-i-Ismu'lláh le había sosegado. Después de que el príncipe hubiera negado tan enconadamente lo que se decía, y su rostro hubiera reflejado tan claramente su furia, ahora su ira se convirtió en sonrisas y expresó la mayor satisfacción por haber encontrado a Ismu'lláh y escuchado lo que quería decirle.

Siempre enseñaba alegremente y con regocijo, y respondía amablemente y con buen humor, sin importar con cuán vehemente cólera pudiera volverse contra él aquel con quien hablaba. Su manera de enseñar era excelente. Era verdaderamente Ismu'lláh, el Nombre de Dios, no por su fama, sino porque era un alma escogida.

Ismu'lláh había memorizado gran número de tradiciones islámicas y había llegado a dominar las enseñanzas de Shaykh Ahmad y Siyyid Kázim. Se convirtió en creyente en Shíráz, en los primeros días de la Fe, y muy pronto esto fue de dominio público. Y como empezó a enseñar abierta y osadamente, le pusieron un ronzal y le llevaron por las calles y bazares de la ciudad. Aun en esa condición, sereno y sonriente, continuó hablando a la gente. No se rindió; no fue silenciado. Cuando le liberaron partió de Shíráz y fue a Khurásán, y allí también empezó a difundir la Fe, después de lo cual siguió el viaje, en compañía de Bábu'l-Báb, hasta Fuerte Tabarsí. Aquí soportó intensos sufrimientos como miembro de aquel grupo de víctimas sacrificadas. Le cogieron prisionero en el Fuerte y le entregaron a manos de los jefes de Mázindarán, para llevarle de un lado a otro y finalmente matarle en cierto distrito de esa provincia. Cuando trajeron a Ismu'lláh, encadenado al lugar designado, Dios inspiró en el corazón de un hombre que le liberara de la prisión en medio de la noche y le guiara hasta un lugar donde estuviera seguro. En medio de todas estas pruebas agonizantes, él permaneció firme en su fe.

Pensad, por ejemplo, cómo el enemigo había cercado completamente el Fuerte y lanzaba sin parar balas de cañón con sus armas de asedio. Los creyentes, entre ellos Ismu'lláh, pasaron dieciocho días sin comida. Vivían del cuero de sus zapatos. También esto acabó consumiéndose pronto, y no les quedó ya nada más que agua. Bebían un trago cada mañana, y yacían famélicos y exhaustos en el Fuerte. Cuando eran atacados, sin embargo, se ponían en pie al instante y manifestaban frente al enemigo un valor magnífico y una resistencia asombrosa, y hacían retroceder y alejarse al ejército de sus murallas. El hambre duró dieciocho días. Fue una experiencia terrible. Para empezar, se encontraban lejos de casa, rodeados y aislados por el enemigo; además, estaban muriendo de hambre; y luego estaban las súbitas acometidas del enemigo y las bombas que llovían y estallaban en el corazón mismo del Fuerte. Bajo tales circunstancias, mantener una fe y una paciencia inquebrantables es extremadamente difícil, y soportar aflicciones tan atroces, un raro fenómeno.

Ismu'lláh no flaqueaba ante las dificultades. Una vez liberado, enseñó más abiertamente que nunca. Mientras estaba despierto, cada soplo de aire que tomaba era para llamar a la gente al Reino de Dios. En 'Iráq alcanzó la presencia de Bahá'u'lláh, y también en la Más Grande Prisión, recibiendo de Él gracia y favor.

Era como un mar encrespado, un halcón que se remonta a las alturas. Su faz brillaba, su lengua era elocuente, su fortaleza y constancia desconcertantes. Cuando abría la boca para enseñar, las pruebas salían una tras otra; cuando cantaba o decía oraciones, sus ojos vertían lágrimas como una nube de primavera. Su rostro era luminoso; su vida espiritual, su conocimiento, a la vez adquirido e innato; y era celestial su ardor, su desapego del mundo, su rectitud, su piedad y temor de Dios.

La tumba de Ismu'lláh está en Hamadán. Muchas tablas fueron reveladas para él por la Pluma Suprema de Bahá'u'lláh, entre ellas una Tabla de Visitación especial tras su fallecimiento. Fue un gran personaje, perfecto en todas las cosas.

Los Seres Benditos como él ya han dejado este mundo. Gracias a Dios, no se quedaron para presenciar las agonías que siguieron a la ascensión de Bahá'u'lláh, las intensas aflicciones; pues montañas firmemente asentadas se agitarán y temblarán a causa de ellas, y los montes encumbrados se inclinarán.

Él fue verdaderamente Ismu'lláh, el Nombre de Dios. Afortunado es el que circunde esa tumba, quien se bendiga con el polvo de ese sepulcro. Sobre él sean salutaciones gy alabanzas en el Reino de Abhá.


fuente: A los que fueron fieles. Pág 21

Relato sobre el martirio de Badí




En el siguiente escrito voy a relatar la historia de la entrega de la Tabla Lawh-i-Sultan, que Bahá’u’lláh escribió para Nasiri'd-Din Sháh, y que le fue entregada por Badí, lo que conllevó a su posterior martirio.

Badí, llamado Mírzá Áqá Buzurg-i-Nishapuri, era hijo de `Abdu'l-Majid-i-Nishapuri. Aunque éste había aceptado a el Báb, Badí no le dio ninguna importancia, incluso éste era muy rebelde. Tras reunirse con Nabil-i-Azam, y tener una conversación durante toda una noche, éste se volvió un acérrimo seguidor de la Fe Babí, dejando su casa para viajar con un Babí a Bagadad. Una vez arribó a esas tierras, vio como la persona que abastecía allí a los bahá’is había sido asesinada, así que rápidamente se ofreció para suplirle en su trabajo. Con atuendo de aguador trabajó allí, hasta que decidió marchar a ‘Akká.

Con la ropa de Bagdad, llegó a ‘Akká, vestido de aguador. Cruzó las puertas de la ciudad sin problemas, y se dirigió a la mezquita de la ciudad, para llevar a cabo sus oraciones. Allí, reconoció a ‘Abdu’l-Bahá de entre la multitud y se reunió con Él, y escribiendo sobre un papel ciertas notas, se la entregó. ‘Abdu’l-Bahá hizo que esa misma noche, Badí tuviera un encuentro con Bahá’u’lláh. El mismo Guardián dice que ese encuentro tuvo lugar en la misma cárcel, donde se encontraba preso Bahá’u’lláh. Badí tuvo dos encuentros con Bahá’u’lláh en los que un espíritu de martirio y valentía fue infundido sobre él (Bahá’u’lláh sabía que él sería el encargado de llevar tan importante Tabla para el rey de Persia).Tras esas visitas, Bahá’u’lláh despidió a Badí, y éste marchó a Haifa.

Más tarde, Bahá’u’lláh llamó a Hájí Sháh Muhammad Amín, y le entregó una caja de un palmo y medio de largo, menos de un palmo de ancho, y dos dedos de grosor, junto a una carta sellada, y le ordenó que le fuera entregase todo esto y una cierta cantidad de dinero a Badí.

Hájí Sháh Muhammad Amín marchó a Haifa al encuentro de Badí, y en cuanto lo vio, se alejaron de la ciudad, y allí le entregó lo que Bahá’u’lláh le había entregado. Este cogió la caja, la besó, se postró en el suelo,y haciendo una reverencia, se levantó. Tras eso cogió la carta sellada, y se alejó unos 20 o 30 pasos de Hájí Sháh Muhammad Amín, y se puso mirando a ‘Akká. Leyó la carta, y otra vez se postró, haciendo otra reverencia, y el rostro le cambió, de manera que ahora sonreía con gran alegría y furor. Entonces Hájí Sháh Muhammad Amín le preguntó a Badí: “¿Puedo ver la carta que la Bendita Belleza a escrito para ti?”, a lo que Badí respondió: “no hay tiempo”. Hájí Sháh Muhammad Amín dijo para si mismo: “en ese momento supe que fuese lo que fuese, Badí no podía decir nada acerca del contenido de la carta.” Tras eso Hájí Sháh Muhammad Amín dijo: “Venid pues conmigo a la ciudad, que debo entregaros cierta suma de dinero que Bahá’u’lláh mismo me encargó que os diese”, y Badí dijo que él no iba a la ciudad, pero que fuese él, y después se lo trajese.

Cuando Hájí Sháh Muhammad Amín volvió, vio que Badí no estaba, y buscando por doquier no lo encontró. Poco más tarde se dio cuenta de que éste había partido hacia Beirut. No tuvo noticias de él, hasta que desde Teherán llegó la noticia de su martirio, y entonces se percató de que la caja que Bahá’u’lláh le entregó contenía la Tabla del Sultán, en la que ya se le decía a Badí que sería martirizado.

Todos aquellos que se cruzaron con Badí dan viva muestra de que éste estaba muy alegre, pero no sabían nada, solo que éste había ido de peregrinaje, y que ahora volvía a Khurasán.

Cada cien pasos que daba, este se postraba y hacía una reverencia, girándose hacia ‘Akká, y se le oía decir: “Dios mío, no me prives con tu justicia de todas las bendiciones que tan amablemente has vertido sobre mí.”

Badí, en un largo viaje de cuatro meses, solo, sin compañero de viaje, subiendo montañas y cruzando valles, viajó incansablemente hasta llegar a Teherán. A su llegada, no avisó siquiera a su propio padre, sino que tal como la Bendita Belleza le había ordenado, no se relacionó con nadie, ni pronunció palabra sobre el legado que le había sido entregado y en completo ayuno durante 3 días estuvo buscando el castillo del Sháh. Cuando lo encontró, subió un pequeño monte, que se encontraba un poco más alto que el castillo, y se sentó sobre él. Después de tres días, el Sháh salió de su castillo para ir a cazar, y en cuanto lo vio, se acercó a él, y con gran cortesía le dijo que traía una carta de suma importancia para él, y que meditase sobre la misma. En el instante que Badí le estaba entregando tan importante carta al Sháh de Persia, Bahá’u’lláh mismo lo dio a conocer para los Bahá’is que se encontraban reunidos en Su Presencia.

El sháh se conmocionó con tales palabras, y acto seguido supo que aquello que ese viajero portaba provenía directamente de Bahá’u’lláh, y musitó que inmediatamente le registrasen, y que intentasen que Badí diera el nombre de algunos Babíes.

El señor Faizy dice que :

“ El rey, todos los viernes tenía la costumbre de ir a las afueras de la ciudad, darse un paseo, y todos los pobres se dirigían a él, y le decían bellas palabras, deseándole una buena vida y salud, a lo que éste contestaba metiendo la mano en un saco con monedas, y lanzándolas al aire para que éstos las cogiesen. Entre estos pobres, se veía a un hombre vestido con ropas andrajosas y pelo desmenuzado, erguido cual flecha, fijando su mirada en la cara del rey, y esto llamaba mucho la atención del rey. Sin darle más importancia, el rey prosiguió su camino, y marchó a su residencia de verano. Tras varios días, mientras el rey observaba con su catalejo, vio como el mismo hombre que no corría tras el dinero que este tiraba, se encontraba en la cima de un monte cercano, erguido tal y como lo vio varios días atrás. El rey se dio cuenta en ese momento que ese hombre tenía una pregunta que hacer. Entonces mandó a varios de sus guardas para que cogieran a Badí y lo trajesen hasta él, para ver el motivo de su venida…”

Uno de los verdugos del Sháh, cuenta que:

“Nosotros, por orden del rey, hemos matado mucho, mucho. Pero nunca se ha dado un caso tan impactante para mí como el de ese chico que vino hacia nosotros con una carta para el rey (Badí). No se de qué estaba hecho este chico, pero cuando nosotros le poníamos hierro candente sobre su cuerpo para que dijese el nombre de al menos un Babí, éste no abría siquiera la boca. Cuántos éramos los que le forzábamos y le heríamos, y este ni pronunciaba palabra… Y entonces hicimos contra él lo que jamás hemos hecho contra nadie. Cogimos un ladrillo, y poniéndolo al fuego durante un tiempo, lo pegamos contra su pecho. Pero sus ojos estaban en otro sitio…, y era como si su cuerpo estuviese vacío, y nada fuera capaz de infringirle dolor, y nosotros solo queríamos que de su boca saliesen algunas palabras…

Finalmente golpeamos su cráneo con gruesas porras de madera, hasta destrozarlo, y lo tiramos a un foso y lo recubrimos con tierra.”



Fuentes: Los Apóstoles de Bahá'u'lláh, del Sr Goharriz, libro escrito en persa

ÁqÁ Rahmatu’lláh y la promesa de Abdu'l-Bahá

Uno de los fieles sirvientes de Abdu’l-Bahá en Haifa era ÁqÁ Rahmatu’lláh Najaf-Abadi. ÁqÁ Rahmatu’lláh decía: “muchas veces subí las escaleras del Monte Carmelo con Abdu’l-Bahá. En una de las ocasiones en las que acompañaba a Abdu’l-Bahá, conforme llegamos a la mitad de la montaña, vi cómo su sagrada faz cambiaba repntinamente de color, y las palpitaciones de Su corazón incrementaron velozmente. Como yo sabía que él quería subir hasta el pico de la montaña, le sugerí que me diese el honor de llevarle en mi espalda. Abdu’l-Bahá dijo: “ÁqÁ Rahmatu’lláh! Llegará el día en que me llevaras en tu espalda”. Entonces descansó durante un pequeño lapso de tiempo y seguimos subiendo la montaña.

Varios años y meses transcurrieron mientras yo aguardaba pacientemente el momento de ver hecha realidad la promesa. Hasta ese día, la promesa no se cumplió, asi qu eme dije: “mira que indigno eres que la divina promesa sobre ti puesta no se ha hecho realidad.” Entonces fui olvidando gradualmente la promesa.

Entonces, el fallecimiento de Abdu’l-Bahá tuvo lugar. Todo el mundo estaba triste y con lágrimas en los ojos. Ese mismo día, la familia de Abdu’l-Bahá me hizo llegar una carta en la que decía: “El sagrado cuerpo debe estar en el mortuorio mañana mismo, y nadie excepto tu tiene la fuerza para llevar el sagrado cuerpo en su hombro, bajar las escaleras, y depositarlo en el mortuorio.” Inmediatamente acepté, y cogí suavemente el cuerpo, y poniéndomelo sobre los hombros, bajé aquellas escaleras. En la mitad del camino, recordé aquella promesa: “ÁqÁ Rahmatu’lláh! Llegará el día en que me llevaras en tu espalda”. Entonces comencé a llorar y llorar…

Fuente: ahang-i-Badí’

Shaykh Abid y la infancia de el Báb

Shaykh Abid era un maestro iraní que impartía clases en la escuela. Cuando el Báb declaró Su Misión, Shaykh Abid creyó en Él. Cuando le preguntaron “¿por qué crees en el Báb?”, el contestó: “A parte de por sus Versos Sagrados, otra razón es que yo era Su profesor, y ya era obvio, aun siendo niño, que era distinto de los otros chicos. A todos los niños les gustaba jugar, mientras que Él prefería hacer las actividades y sus deberes. Algunos días llegaba tarde a la clase. Cuando yo le preguntaba el por qué de su tardanza, el bajaba la cabeza y no decía nada. En diferentes ocasiones, yo enviaba a mis alumnos para que le espiasen, y así descubrir la razón de sus retrasos. Cuando arribaban mis alumnos, les preguntaba “¿qué hacía el Báb?”, y los alumnos contestaban: “Él estaba rezando en la mezquita.” Un día, le dije: “Eres solo un pequeño niño de 9 años. La Oración Obligatoria no es obligatoria a tu edad. ¿Por qué rezas tanto?” Él contestó: “Quiero ser como Mi Abuelo”. El Báb se refería a que quería ser como Su Sagrado Muhammad (Mahoma).”

Shaykh Abid decía también: “Cada semana, un alumno invitaba al resto a su casa, y cada uno iba a su jardín a jugar. Cuando todos comenzaban a jugar, Él se retiraba debajo de un árbol, y comenzaba a orar. Todos los frutos secos y las chucherías que traía, Las repartía a todos sus compañeros. Nunca se peleó con otro compañero. Aunque los alumnos acudían a mí para hablar mal de otros alumnos, nunca oí a ninguno de ellos hablar mal sobre el Báb. Viendo todo esto, y leyendo estos Versículos Sagrados, estoy convencido de que Él es la Manifestación de Dios.”

Fuente: “Kawakibud’Dorrieh” Vol. 1.

Zaynu’l-Muqarrabin

Mullá Zaynu’l-‘Ábdidín

Mullá Zaynu’l-‘Ábdidín, a quien Bahá’u’lláh otorgó el sobrenombre de Zaynu’l-Muqarrabin (el ornamento de los cercanos) era conocido por los compañeros de Bahá’u’lláh por su humor, su erudición y caligrafía, pero por encima de todo por la alta estima en que lo tenía Bahá’u’lláh.

Nació en Rajab en mayo de 1818 en un pueblo de Najafábád cercano a Isfahán, y procedía de una familia de teólogos musulmanes. Él mismo tuvo una educación religiosa y fue nombrado orador de una mezquita de Najafábád.

Pese a que había oído hablar de la revelación bábí en 1844 mientras estaba de peregrinaje en Karbilá, hasta 1851 no le enseñaron la nueva religión, y fue entonces cuando lo aceptó. Muchas más personas se convirtieron en Najafábád y el pueblo se convirtió pronto en un baluarte de la Fe bábí.

Zaynu’l-Muqarrabin decidió visitar Bagdad para visitar a los babíes destacados que habían sido exiliados allí. No consiguió a Mírzá Yahyá, que en ese momento se escondía de los creyentes, y Bahá’u’lláh estaba en esa época retirado en las montañas de Sulaymáníyyih, retiro que duró dos años. Desilusionado, Zaynu’l-Muqarrabin decidió volverse a casa. No obstante, cuando estaba llegando a Najafábád, escuchó que se estaba llevando a cabo una persecución contra los creyentes y que los oficiales del gobernador le estaban buscando. Por ello volvió a Bagdad, y tuvo la suerte de encontrarse con Bahá’u’lláh, encuentro que confirmó su fe en la nueva religión. A partir de entonces, Zaynu’l-Muqarrabin se convirtió en uno de los pilares de la comunidad bábí en Najafávád e Isfahán, y cuando escuchó que Bahá’u’lláh afirmaba ser el prometido por el Báb, lo aceptó sin dudarlo un momento.

Las nuevas persecuciones de 1874, hacía Zaynu’l-Muqarrabin tuviera que partir de Nayafábád, por lo que se estableció en Bagdad, donde se ocupó en transcribir las Tablas. En 1870, los bahá’is de Bagdad fueron reunidos y exiliados a Mosul. Pronto los bahá’is de Mosul, bajo el liderazgo y la guía de Zaynu’l-Muqarrabin, se convirtieron en una comunidad bahá’i modelo, que reflejaba algo del espíritu de la comunidad de ‘Akká. Durante su estancia se dedicó a transcribir las Tablas de Bahá’u’lláh que llegaban desde ‘Akká, e iban dirigidas a Irán. De este modo, se podían distribuir más ampliamente, y cada una de las personas a las que se les había dirigido una Tabla, podían tener una copia.

En septiembre-octubre de 1885, Bahá’u’lláh permitió a Zaynu’l-Muqarrabin ir a ‘Akká, donde se estableció en el Khán-i-‘Avámid. Continuó transcribiendo Tablas, y a menudo tuvo el honor de estar en compañía de Bahá’u’lláh. Tras Su Ascensión, permaneció fiel a la Alianza, hasta que, en 1903, falleció.

Palabras de amor y agradecimiento de parte de Bahá'u'lláh para Rusia

Cuando Bahá’u’lláh fue encarcelado por el Gobierno persa en la cárcel de Síyáh-Chál, el Gobierno de Rusia hizo todo lo posible por establecer que Él era inocente, y tras remover cielo y tierra, Bahá’u’lláh fue puesto en libertad, pero el Gobierno le dijo al poco tiempo que tenía que marcharse de Irán, pero que podía elegir el lugar de su destierro.

Entonces, el Gobierno ruso, tan pronto como se enteró de la decisión imperial, expresó su deseo de acoger a Bahá’u’lláh, bajo la protección de su Gobierno. Bahá’u’lláh declinó tan espontánea invitación, pero les dirigió estas palabras:

Mientras permanecía encadenado con grilletes en la prisión” declaraba años después, en la Epístola dedicada a Alejandro Nicolaevitch II, Zar de Rusia, “uno de tus ministros Me ofreció ayuda. Por lo cual Dios ha ordenado para ti una posición que no puede comprender el conocimiento de nadie, excepto Su conocimiento. Cuidado, no sea que trueques esta sublime posición. “En estos días”, se dice en otro testimonio luminoso por Su pluma, “en que este Agraviado sufría grave aflicción en prisión, el ministro del muy estimado Gobierno (de Rusia) -¡que Dios, Glorificado y Exaltado sea Él, le socorra!- desplegó los mayores esfuerzos para propiciar Mi liberación. Varias veces se concedió el permiso de excarcelación. Algunos de los ‘Ulamás de la ciudad, sin embargo, lo impidieron. Por fin, pudo lograrse Mi libertad mediante la solicitud y empeño de Su Excelencia el Ministro de Su Majestad Imperial, el Grandísimo Emperador, -¡que Dios, Exaltado y Glorificado sea Él, le auxilie!- Me extendió su protección por amor a Dios, una protección que suscitó la envidia y la enemistad de los necios de la tierra”


fuente: Dios Pasa, pág 166-167

Shaykh Muhammad-‘Alí


Shaykh Muhammad-‘Alíy-Qá`iní era sobrino de Nabíl-i-Akbar. Tenía muchos talentos y descollaba en la oratoria, la caligrafía y la música. Nació en Naw-Firist cerca de Birjand, en 1277 después de la hégira (20 de junlio de 1860, o 8 de julio de 1861). Sus padres murieron cuando era niño, así que fue educado por su tío Mullá Áqá ‘Alí. Cuando todavía era joven y estaba realizando sus estudios en Mashhad, conoció la Fe bahá’i y pronto se convirtió en un creyente devoto. Al poco tiempo se hizo compañero inseparable de su erudito tío Nabíl-i-Akbar, hasta que éste murió en 1892.

Vivió en ‘Ishqábád durante un tiempo y luego en Tejerá, donde se casó con la hija de Nab’il-i-Akbar. En 1903 recibió instrucciones de acompañar a Mírzá Hasan-i-Adíb a la India, pero mientras se dirigía hacia allí, quedó atrapado en el levantamiento contra los bahá’is de Isfahán que tuvo lugar ese año. Lo despojaron de todas sus posesiones, lo apalearon y tuvo suerte de salir con vida. Tuvo que volver a Irán, pero posteriormente llegó a la India, donde permaneció durante un año y medio. Después viajó a Haifa y Abdu’l-Bahá le pidió que fuera a `Ishqábád, a hacerse cargo de la educación de los niños.

Se estableció en ‘Ishqábád y, aparte de los numerosos viajes que realizó para servir a la Fe, vivió allí durante el resto de su vida. Tras la muerte de Mírzá Abu’l-Fadl-i-Gulpáyganí, pidieron a Shaykh Muhammad-‘Alí que fuera a Haifa junto a otras personas para completar los escritos inacabados de Mírzá Abu’l Fadl.

Estuvo en Haifa durante un año y medio tras la Primera Guerra Mundial y partió hacia ‘Ishqábád poco después del fallecimiento de ‘Abdu’l-Bahá. Enfermó en esa ciudad y, tras una larga enfermedad, murió en abril de 1924. Shaykh Muhammad-‘Alí es uno de los 19 Apóstoles de Bahá’u’lláh.


fuente: Bahá'is ilustres de la época de Bahá'u'lláh página 386

Mírzá Yahyá


Mirzá Yahyá hermanastro de Bahá'u'lláh, se hacia llamar Subh-i-Azal (“Amanecer de la Eternidad”) nace en 1839, por lo que tenia 8 años cuando murió su padre Mírzá Buzurg el cual le dejo al cuidado de Bahá`u`lláh, que entonces tenia 22, este le cuido y protegió hasta la mayoría de edad e incluso después cuando acepto la Fe del Báb y comenzaron las persecuciones.

Tras el martirio de el Báb, dudó de su Fe y comenzó a sembrar la duda entre sus seguidores hasta que al verse en peligro se disfrazó de derviche, y comenzó a vagar por las montañas de Mazarán.

Tras el atentado contra la vida del Sháh se ocultó en la provincia de Guilan y posteriormente en Kirmansháh donde entró al servicio de un fabricante de mortajas hasta que Bahá'u'lláh pasó por esta ciudad. Decide seguirle aunque permaneciendo en el anonimato, por lo que Éste le prestó dinero para que, disfrazado de comerciante árabe y portando algunos fardos de algodón, se trasladase a Bagdad.

Tras este periodo de relativa tranquilidad que permitió la reactivación de la comunidad, entró en contacto con Siyyid Muhamad, que había sido rechazado por Baha'u'llah por su conducta indigna, el cual encendió sus celos y, apoyándose en algunos escritos que el Báb había mandado a Yahyá, le instó a declararse como su auténtico sucesor.

De este tiempo aparecen numerosas tablas de Bahá'u'lláh refiriéndose al tema entre las que destacamos este fragmento:

"Los días de las pruebas han llegado ahora. Océanos de di­sensiones y tribulaciones están surgiendo y los Estandartes de la Duda están en cada rincón y esquina, ocupados en despertar el mal y conduciendo a los hombres hacia la perdición... No permi­táis que las voces de algunos soldados de la negación siembren la duda en vuestro medio, ni tampoco os permitáis tomaros desa­tentos hacia Aquel que es la Verdad, puesto que en toda Dispen­sación han surgido tales contiendas. A pesar de todo, Dios esta­blecerá su Fe y manifestará su Luz, aunque los promotores de discordias la detestan... Estad atentos diariamente a la Causa de Dios... Todos somos cautivos de su voluntad. No hay lugar a donde podamos escapar de su influencia. No penséis que la Causa de Dios es una cosa que se puede tomar a la ligera y con la que cualquiera puede saciar sus caprichos. Actualmente, en va­rias regiones, algunas almas han insinuado esta misma asevera­ción. El tiempo se está aproximando en que (...) cada una de esas almas habrá perecido y desaparecido, más aún, se habrá conver­tido en nada, en una cosa olvidada; como el polvo mismo."

Cuando a Baha'u'llah le llega la orden de destierro, Mirza Yahyá le preguntó sobre donde podía ocultarse, a lo que Éste le responde que debería ir a Persia a difundir los escritos de el Báb, lo cual descartó por parecerle demasiado peligroso, por lo que le pidió a Baha'u'llah que hablase con el dueño de un jardín próximo a Bagdad para que le diese refugio. Posteriormente, esta idea también le parecerá arriesgada, por lo que decidió retirarse a la India. Descartando también esta ultima idea, sigue a Baha'u'llah aunque a distancia y con pasaporte falso hasta llegar a Mosul, donde se unió a una caravana.

Una vez en Adrianópolis y celoso del prestigio que su hermanastro acumulaba cada día, decidió eliminarlo, lo cual intentó en tres ocasiones (envenenando el té de Bahá’u’lláh, quedándole a Él, unos dolores muy graves en el costado, envenenando el pozo que surtía agua a la familia, intentando convencer al barbero de la familia, para que degollase a Bahá’u’lláh mientras le afeitaba).

Viendo Baha'u'llah que sus continuas maquinaciones estaban causando división en la comunidad le escribió una tabla en la que declaraba su posición (Tabla de la Causa). Esta le fue leída por su amanuense pidiéndole a continuación una respuesta definitiva.

Con el objeto de dejar que la comunidad decidiera sobre su futuro, Baha'u'llah decide dejar de tener contacto con esta, y se retira con su familia a una casa apartada después de enviar a Mirzá Yahyá la mitad de las reliquias de el Báb(tablas sellos, etc).

Tan solo una ínfima parte de la comunidad opto por seguir a Mírzá Yahyá, por lo que tuvo que desistir de sus propósitos retirándose definitivamente.

Mírzá Yahyá murió en Famagusta, Chipre, y sus seguidores llamados Azalis o Azali Babis es probable que aun existan en poblaciones de Irán y Asia Central.

Shaykh Ahmad

Shaykh Ahmad b. Zayn ad-Dín b. Ibráhím al-Ahsá’I era el fundador de una escuel Chií en los imperios Persa y Otomano, cuyos seguidores son conocidos como Shaykhís.

Era un nativo de la región de Al-Ahsa (al este de la Península Arábica), educado en Bahrein, y en los centros teológicos de Najaf y Karbilá en Iraq. Sus últimos veinte años de su vida los pasó en Irán, y recibió la protección del príncipe de la dinastía Qajar.

Muy poco hay escrito sobre la niñez de Shaykh Ahmad, excepto que nació en Ahsa, en una familia Chií, que ancestralmente había sido Sunni. Nabíl-i-A’zam, un historiador Bábí, relata su despertar espiritual así:

“Observó cómo los que profesaban la fe del Islam habían roto su unidad, consumido su fuerza, pervertido su propósito, y degradado su santo nombre. Su alma se llenó de angustia a la vista de la corrupción y la lucha que caracteriza a la secta chiíta del Islam. Abandonando su casa, en una de las islas de Bahréin, en el sur del Golfo Pérsico, se propuso, desentrañar los misterios de los versículos de las Escrituras Islámicas, que prefiguran la llegada de una nueva Manifestación. No ardía en su alma la convicción de que ninguna reforma, dentro de la fe del Islam, podría lograr la regeneración de este pueblo perverso. Sabía que nada menos una nueva revelación independiente, podría revivir las fortunas y restaurar la pureza de la fe en decadencia.”

Shaykh Ahmad, con 14 años, comenzó sus estudios en centros Chiíes de educación religiosa en Karbilá y Najaf. Tras varios años fue declarado Mujtahid, un intérprete de la ley Islámica. Compitió con Sufis y académicos neo-platónicos, y alcanzó una buena reputación entre sus detractores. Algo muy interesante fue que declaró que todo el conocimiento y las ciencias figuran (en su forma esencial) en el Corán, y que para sobresalir en las ciencias, debían de extraerse los conocimiento del Corán. Con este fin, desarrolló los sistemas de interpretación del Corán y trató de informarse de todas las ciencias actuales en el mundo musulmán.

También mostraba una importante veneración por los imanes, incluso más allá del alcance de sus contemporáneos, que abrazaron opiniones heterodoxas sobre la otra vida, la resurrección y el fin de los tiempos, así como la medicina y la cosmología. Sus puntos de vista sobre el alma hablan sobre un "cuerpo sutil" separado del cuerpo físico, pero asociado a éste. Fue este organismo el que ascendió a los cielos, y no lo que se decía, puesto que se pensaba que Muhammad había ascendido corporalmente, y esto también modificó el punto de vista sobre la ocultación del Imam Muhammad al-Mahdi. Se involucró en muchos debates antes de pasar a Persia, donde se instaló por un tiempo en la provincia de Yazd. Fue en Yazd que gran parte de sus libros y cartas fueron escritos.

Juan Cole, resume la situación en el advenimiento de la Escuela de Shaykhi, y las preguntas que hicieron,como su punto de vista cristalizado y dice:

Cuando Shaykh Ahmad al-Ahsa'i escribió, no había escuela Shaykhi, que sólo se creó después de su muerte. Se veía como una corriente chiíta, no como un líder sectario. Sin embargo, claramente innovó en el pensamiento chií, de manera que, hacia el final de su vida, provocó una gran controversia. Vivió en un momento en el que la rama del Islam estaba profundamente dividida sobre el papel de los musulmanes. ¿Era un ejemplo a imitar por los laicos, sin falta, o simplemente el primero entre iguales, unidos por una interpretación literal del texto sagrado como cualquier otro? ¿O era, como los sufíes mantienen, un polo que canaliza la gracia de Dios a los menos ilustrados que él? ¿Cómo podemos situar Shaykh Ahmad al-Ahsa'i con respecto a estas visiones del chií Islámico?

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Bahá'i historia, el blog que cuenta la historia de grandes personajes de la Fe Bahá'i a nivel mundial, y anécdotas de sus vidas

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