Cómo Mirza Yahyá y Siyyid Muhammad-i- Isfahání envenenaron a Bahá’u’lláh.

En los tiempos en que Bahá’u’lláh se encontraba en Edirne, el odio existente en el alma de Mirza Yahyá (Azal) y Siyyid Muhammad-i-Isfahání era tan grande, que tras un intento fallido de envenamiento, volvieron a intentarlo. Este intento fue el peor y el más cruel. Consistía en verter un veneno mortal en la comida de la Bendita Belleza.

Trajeron a muchos médicos, y todos concluyeron que este veneno era tan fuerte que Bahá’u’lláh no saldría de dicha enfermedad, y que fallecería. Abdu'l-Bahá, estaba muy afectado y muy nervioso, pues era la única persona que estaba preocupada y atenta del devenir de su padre, pues Azal y su familia dieron la espalda a Bahá’u’lláh, y no se interesaron lo más mínimo en su estado de salud. Las únicas personas que estaban realmente preocupadas de la evolución de la enfermedad eran Asiyyih khanúm, Abdu’l-Bahá y Bahiyyih Khanúm. Incluso la otra mujer de Bahá’u’lláh, y sus hijos (Mirza Muhammad Alí, etc) no se interesaron lo más mínimo, pues su deseo era ver cómo la Bendita Belleza desaparecía, y ellos podían llevar a cabo todos sus planes mentales.

Fue entonces cuando Abdu’l-Bahá mandó llamar a un médico Europeo que se encontraba en Edirne. Éste médico, conocido como el doctor Shishmán, y en cuanto vio a la Bendita Belleza, se levantó y salió de la habitación. Abdu’l-Bahá salió tras él, preguntando sobre el estado de Su padre. El médico contestó: “Este paciente no tiene cura, pues el veneno ha hecho efecto en todo su cuerpo”.

Shogui Effendi relata que fue entonces cuando Abdu’l-Bahá llamó a otro médico cristiano, llamado Pastor, el cual tenía desde siempre mucho respeto hacia Bahá’u’lláh. En cuanto entró a la habitación, encontrándose con el malestar general que se había apoderado del cuerpo de Bahá’u’lláh, se puso realmente triste, y añadió que esta enfermedad no tenía ninguna cura. Tras eso, alzó la cabeza, y desde lo más profundo de su corazón rogó a Dios que sacrificara su cuerpo por la curación de su tan preciado amigo, mientras daba una vuelta alrededor de Su cama. En cuanto terminó, salió de la habitación.

Una semana más tarde, éste doctor falleció, y Bahá’u’lláh recuperó su salud casi al completo.

El resultado es que los Rompedores y todos los que seguían a Azal, que querían ver cómo Bahá’u’lláh dejaba este mundo, sólo consiguieron crear revuelo, pero no pudieron cumplir sus deseos.


Libro: Iadegar

Escrito por Eshragh Khávarí

Mirzá Aqá Ján (Khadem’u’lláh-i-Kashaní)

Esta historia se relata en Bagdád, y cuenta la historia de Mirzá Áqá Ján, amanuense de Bahá’u’lláh.

Mirzá Áqá Ján era originario de Káshán y fue allí donde oyó sobre la Fe. Inmediatamente se hizo bahá’i, y se fue a Tehrán. En Káshán era vendedor de Jabones y esta es la historia de cómo conoció la Fe.

Un día, en su tienda, entró una señora babí a comprar jabón, y mientras este medía el jabón, la señora le dijo: “hazlo con “perfección”*”. fue entonces cuando Mirza Áqá Ján replicó: “Tranquila que lo he hecho con perfección”. Ante esto, la señora contestó: “¿Y cómo es posible que la perfección haya llegado a la Tierra y tú aún no le conozcas?”. Tras esto, cogió su jabón, y se marchó.

Mirza Áqá Ján fue realmente tocado por este comentario que hizo esta anciana, y le estuvo dando muchas vueltas a la cabeza, hasta que decidió ir corriendo a buscar a la señora, lleno de curiosidad. Al alcanzarla, le espetó: “¿qué quería usted decir con ese comentario?”. “Mi intención era que esta Perfección ha llegado a la Tierra y tú aún no le conoces” dijo la señora. “¿Y quién esta Perfección?” Preguntó Mirza Áqá Ján, y la señora le invitó a que conociera a algunas personas para hablar con ellas. Al encontrarse con ellas, y hablar sobre la llegada de el Báb. Allí aceptó la Fe, y marchó a Tehrán a ver a Bahá’u’lláh, pues su corazón no aguantaba ni un segundo más.

Ya en Tehrán, ahorró algo de dinero para marcharse a Bagdád y ver a la Bendita Belleza, pero antes de que Bahá’u’lláh se declarara como el Prometido de todas las épocas, Mirzá Áqá Ján ya recibió el título de Khadem’u’lláh (siervo o servidor de Dios), y fue escogido para ser amanuense de Bahá’u’lláh.

Durante el resto de la vida de Bahá’u’lláh, Mirza Áqá Ján fue Su amanuense. Pero en cuanto se leyó el Testamento de Bahá’u’lláh, Mirza Áqá Ján resbaló en el Convenio, sin aceptar a Abdu’l-Bahá y marchándose con Mirza Muhammad Alí, y fue causante de mucho sufrimiento para Abdu’l-Bahá.

Uno de los ejemplos de las cosas que hizo fue acampar delante de la tumba de Bahá’u’lláh y no permitir que ningún creyente visitase la tumba del Amado.

Este hombre, con un rango tan elevado durante la vida de Bahá’u’lláh, con el título de siervo de Dios, se desvió tanto del Convenio, que hizo sufrir a la Causa en un grado casi indescriptible.

Esto una clara prueba de que hasta las personas más cercanas a los Profetas, y aquellos con rangos tan elevados, son probados por Dios, y todos, sin excepción, pueden no superarla…

* Perfección en persa tiene varios significados. Significa tanto Perfección, de hacer un buen trabajo, como Profeta y Dios. Es por esto que la señora utiliza el doble sentido a la palabra Perfección, y Mirzá Áqá Ján no lo entendió.

Fuente:

Libro: Iadegar

Escrito por Eshragh Khávarí

SHAYKH AHMAD-I-AHSÁ’Í (1743-1826)


Shaykh Ahmad-I-Ahsái’ì , el fundador de la escuela Shaykhí pertenecía a la antigua tribu de Banú-Sakhr, y su familia era oriunda de la región de Ahsá en el continente arábigo. Su padre era Shaykh Zayni’d.Dín y Bahrein había sido su hogar. Shaykh Ahmad visitó en primer lugar Najaf, donde está situada la Tumba de Alí, el primer Imán primo y yerno del Profeta Mahoma. Después en Karbilá, cerca del Santuario del martirizado Husayn, el tercer Imán, comenzó a predicar y se congregó a su alrededor un círculo de ansiosos estudiantes. Solicitó a los principales teólogos shiítas de las ciudades santas de Irak que le concedieran una licencia que le diera el reconocimiento como mujtahid por derecho propio, es decir un sacerdote con poder para interpretar y prescribir. Todos ellos declararon que consideraban a Shaykh Ahmad como un hombre de conocimiento y talento superior al suyo propio, y que su recomendación se escriba únicamente a petición suya.

La fama de Shaykh Ahmad se extendió pronto por todo Irán. Fath-‘Alí Sháh (reinando 1797-1834) y Mamad-‘Alí Mirzá”, un hijo del Sháh que ostentó de por vida el cargo de gobernador de Kirmánsháh, estaban especialmente deseosos de conocerlo. Pero Shaykh Ahmad prefirió ir a Irán por la ruta de Búshihr en el sur, antes que por la ruta más cercana y accesible de Kirmánsháh en el oeste. Desde Búshihr se dirigió a Shiraz y de allí a Yazd, en donde permaneció varios años. Siyyid Kazím-i-rashtí, un joven casi adolescente que compartía las mismas ideas, se le unió allí alrededor de 1231 d.H. (1815 – 1816). Shaykh Ahmad entonces estaba haciendo sus últimos preparativos para ir de peregrinaje a la ciudad santa de Mahhad, antes de su visita a Teherán. Recibió a Siyyid Kazím con gran afecto y le pidió que permaneciera en Yazd para continuar su paciente trabajo de largos años. En Mashhad, y más tarde en Teherán, Shaykh Ahmad recibió grandes muestras de respeto y reverencia.

Finalmente, Siyyid Kazím viajo hacia el norte para estar en su compañía y juntos fueron a Kirmansháh, pues el príncipe-gobernador había implorado urgentemente a su padre que dejara a Shaykh Ahmad visitarle. Permanecieron en Kirmánsháh mientras vivió el gobernador: Tras su prematura muerte, partieron hacia Karbilá, donde Shaykh Ahmad predicó y enseñó con un celo constante, con un poder nada mermado por su avanzada edad. Tenía poco más de ochenta años cuando se puso en camino a la Meca y Medina. Ya no volvió de ese viaje y se encuentra enterrado en el famoso cementerio de Bagi en las proximidades de la tumba del profeta Mahoma.

El tema constante de Shaykh Ahmad era el próximo advenimiento del Libertador de los Últimos Días, prometido al mundo del Islam. El Qa’ìm de la Casa de Mamad o el Mihdí. En el trascurso de su último peregrinaje a las ciudades santas de Arabia le dijo a un mercader de Isfashan que estaba con él “Tu alcanzarás la presencia del Báb, salúdale de mi parte” Shaykh Ahmad no creía en la resurrección física ni en el ascenso físico del Profeta Mamad al cielo en la noche en que el Ángel Gabriel Le llevó a ver el mundo celestial. Shaykh Ahmad mantenía que el Mi’ráj fue una experiencia del espíritu. Además afirmaba que los signos y portentos de la venida del Qá’im, que habían dado el Profeta y los Imanes, eran de carácter alegórico, esto y otras doctrinas similares eran anatema para los ortodoxos, pero mientras Shaykh Ahmad vivió, el patronato real silenció su critica hostil.


Fuente:Hasan M. Balyuzi: “El Báb. El Heraldo de la Nueva Era”

Hujjat, el mártir del fuerte de Zanján

Hujjat (Mulla Muhammad-‘Aliy-i-Zanjani) nació en 1812 ó 1813. Siendo hijo de unos de los sacerdotes mas notables de Zanján que destacaba por sus conocimientos, piedad y nobleza de carácter. Cuando niño, demostró gran capacidad y su padre se preocupó mucho por su educación. Lo envió a Najaf donde adquirió gran cantidad de conocimientos, llegando a ser una autoridad en las Sagradas Escrituras. Al mismo tiempo, era muy franco, de manera que sus adversarios le temían. Su padre le aconsejó que no regresara a Zanján, puesto que muchos envidiaban su fama y tratarían de causarle problemas. De acuerdo a ello, decidió fijar su residencia en Hatio mamadán, casándose con una pa­rienta; vivió allí durante dos años y medio, y luego regresó Zanján cuando supo del fallecimiento de su padre.

La gente lo recibió con los brazos abiertos, pero su popu­laridad excitó los celos de los sacerdotes, quienes quedaron a la espera del momento oportuno para desacreditarlo. Hujjat, en­tretanto, exhortó a la gente que se contuviera en la búsqueda de la comodidad material, que ejerciera la moderación en sus actos, que suprimiera toda forma de abuso, y los estimuló con su propio comportamiento basado en los preceptos. Enseñó a sus discípulos con tanto cuidado y esmero, que pronto sabían más que los sacerdotes de Zanján. Durante diecisiete años continuó de esta manera hasta que escuchó el llamado de Shí­ráz. Desde el momento en que leyó las Tablas del Báb, lo aceptó como el Prometido. Fue esta aceptación la que alentó a sus enemigos, quienes entonces creyeron que podían derrotarle, por lo que comenzaron a denunciado como hereje ante el Sháh de Persia y sus ministros. Enviaron una petición al Sháh en la que buscaban desacreditar su nombre de cualquier manera que sus taimadas mentes pudieran imaginar. Al Sháh le sorprendió esta petición ya que conocía la capacidad y el conocimiento de Hujjat. Por consiguiente, resolvió convocandole a él y a sus adversarios, a que fuesen a Teherán. En una reunión en la que el Sháh, su Gran Visir y los principales sacerdotes de Tihrán estuvieron presentes, aquél pidió a los sacerdotes de Zanján que probaran sus acusaciones contra Hujjat; y cuando interro­garon a éste, contestó de una manera tan tranquila y convin­cente que a los ojos del Sháh, quedó establecida su inocencia de los cargos que se le imputaban. El Sháh entonces, le pidió que regresara a Zanján y que reanudara sus deberes, asegurán­dole además, la confianza que le inspiraba su integridad.

Hujjat retornó a Zanján, donde fue recibido con aclama­ciones de la gente, aunque desgraciadamente los sacerdotes no cedieron en sus intrigas para provocar su caída.

En aquella época, Hujjat recibió de manos de un mensa­jero, una Tabla dirigida a él por el Báb, en la cual le otorgaba el título de Hujjat y 1o instaba a proclamar la Fe. Tan pronto la leyó, dio por terminado los cursos de estudio a sus discí­pulos y comenzó a enseñar la Fe del Báb. Ese mismo viernes se dirigió a la mezquita, ascendió al púlpito, acción por la que protestó el sumo sacerdote, diciendo que tal privilegio era suyo exclusivamente, siendo ignorado por Hujjat, quien audaz­mente proclamó las enseñanzas del Báb. Ello fue causa de renovados intentos por desacreditarle ante el Sháh. Advirtie­ron al Gran Visir que abandonarían Zanján con sus familias y pertenencias si Hujjat no era alejado. El Gran Visir y el Sháh se sometieron al deseo de los sacerdotes y ordenaron a Hujjat que se dirigiera a Tihrán.

En ese momento el Báb Se hallaba en las vecindades de Tihrán en su viaje a Tabriz. Antes de que Hujjat recibiera el edicto real de partir para Tihrán, ya había despachado su pro­pio mensaje al Báb pidiéndole que permitiera que él 1o res­catara. El Báb rehusó el ofrecimiento diciendo que solo el Todopoderoso podría producir su liberación y agregaba: "En cuanto a tu reunión conmigo pronto se producirá en el más allá, la morada de gloria imperecedera".

Hujjat fue obligado a abandonar Zanján y a trasladarse a Tihrán en compañía del mensajero real. El Báb en camino a Tabriz, pasó obligadamente por Zanján, pero cuando llegó allí, Hujjat ya no estaba, de modo que no se vieron. Pero los compañeros de Hujjat encontraron al Báb y Le rogaron que les permitiera liberarlo de su cautiverio, mas Él Se negó. La lle­gada del Báb a Zanján creó gran agitación, y la gente se agolpa­ba en 1o alto de los techos para verle mejor.

El Báb fue alojado en una posada cuyo dueño lo admiraba. Lo recibió con profunda reverencia y trató de que Se sintiera confortable. El Báb le pidió a su anfitrión que se alejara de Zanján, diciéndole: "Este pueblo será sacudido por un gran tumulto, y correrá sangre por sus calles".


Entretanto, Hujjat era conducido a la presencia del Gran Visir en Tihrán quien lo amonestó por todos los problemas que estaba causando en Zanján. Le dijo que él no podía creer, ni tampoco el .Sháh, que Hujjat había desertado de la Fe del Islám para abrazar las enseñanzas del Siyyid-i-Báb, quien, según el Visir, era muy inferior en conocimiento al mismo Hujjat. "No lo crea", replicó Hujjat, "Dios sabe que si ese mismo Siyyid me fuera a confiar la más mezquina de las tareas en su hogar, lo consideraría un honor que ni los favores más destacados de mi soberano nunca podrían esperar sobrepasar". El Gran Visir se puso furioso pero Hujjat reafirmó: "Es mi convicción firme e inalterable que este Siyyid de Shíráz es Aquel cuyo advenimiento usted mismo con todos los pueblos del mundo, esperan ansiosamente. Él es nuestro Señor, el prometido Salvador".

El Gran Visir dio un informe muy desfavorable sobre Hujjat al Sháh, pero éste insistió en que se le permitiera reivindicar sus creencias en una reunión con los principales sacerdotes de la ciudad. En cada reunión con ellos, pudo con­fundir todos sus argumentos. Cuando, por fin, se dieron cuen­ta de que nunca podrían superado, le pidieron que realizara un milagro para establecer su verdad. "¡Qué mayor milagro", dijo, "que el que Él me haya permitido triunfar, solo y sin ayuda, únicamente mediante el poder de mi argumento, sobre las fuerzas combinadas de todos los sacerdotes eruditos de Tihrán!"

Al Sháh ya no le interesaba la causa de los sacerdotes y se negó a escuchar informes mal intencionados sobre Hujjat. Mas éste era virtualmente un prisionero en Tihrán. No se le permitía ir más allá de los confines de la ciudad, ni tampoco podía tener libre contacto con sus compañeros creyentes. Sus discípulos desde Zanján enviaron una delegación para recibir sus instrucciones sobre la actitud que debían adoptar hacia las leyes y principios de su Fe. Les pidió que obedecieran lealmente todas las admoniciones del Báb en su Tabla dirigida a él; también les hizo notar una serie de observancias, algunas de las cuales divergían de las establecidas tradiciones del Islám. Pero dijo que como el Báb fue el primero en practicar las ob­servancias que imponía a sus seguidores, los creyentes debían seguir su ejemplo.

Los entusiastas creyentes de Zanján inmediatamente aban­donaron sus costumbres y prácticas anteriores y, sin titubeos, se identificaron con la nueva Dispensación.

En el año 1848 falleció Muhammad Sháh y dejó su trono a Násiri'd'Dín Sháh. Sabiendo que ya no había nadie que lo protegiera, Hujjat disfrazado se alejó sigilosamente de Teherán y se unió a su gente en Zanján. Fue recibido con gran entu­siasmo; hombres, mujeres y niños salieron a darle la bienve­nida y a ofrecerle su afecto. El gobernador y los sacerdotes una vez más se sintieron impulsados a demostrar su animosi­dad hacia Hujjat y esperaron la oportunidad de asestar el golpe mortal. Su hostilidad se puso en evidencia a través de un pequeño incidente. Dos niños se pelearon; uno de ellos era hijo de un seguidor de Hujjat; el gobernador aprovechó la oportunidad de vengarse e hizo arrestar a este niño; a pesar de las ofertas de dinero para que 1o liberara, se negó a hacerlo. Hujjat escribió al gobernador que el niño era demasiado joven; si todo castigo debía ser repartido, debería serlo en la persona del padre. Esto no se llevó a cabo pero finalmente un amigo influyente de Hujjat se abrió paso hasta el goberna­dor y lo obligó a poner en libertad al niño. Ello dio comienzo a las dificultades de los creyentes de Zanján. Se ordenó arres­tar a Hujjat 1o que fue desbaratado por sus compañeros, pues­to que dispersaron a quienes debieron llevar a cabo dicho arresto. Esto dio comienzo a la heroica resistencia de la ciudad de Zanján, como las que se dieron en Tabarsí y Nayriz. Durante la resistencia, Hujjat fue herido de gravedad por una bala.

Diecinueve días después que la bala alcanzara a Hujjat, y tras sufrir extremo dolor y fiebre, repentinamente falleció en medio de sus oraciones; era el 8 de enero de 1851. Su muerte fue un golpe terrible para sus amigos, pero la congoja no los incapacitó y continuaron resistiendo. El cuerpo de Hujjat fue ocultado en un lugar cuya ubicación muy pocos conocían siendo al poco tiempo encontrado por sus enemigos, que le sacaron la información a su pequeño hijo de siete años, Husayn, diciéndole que lamentaban todo lo que le había sucedido a su padre y que deseaban darle una satisfacción. Al descubrir el secreto, extrajeron el cuerpo, sometiéndolo durante tres días a execra­bles injurias. A la tercera noche algunos amigos pudieron recuperarlo, y llevarlo a un sitio donde estuviese a salvo.

“El tiempo es corto”

Este es un relato traducido de “recuerdos”, obra de la Mano de la Causa Sr ‘Alí Akbar Furután.


El 16 de diciembre de 1953 nos trasladamos a la ciudad australiana de Lismour, poco después de llegar éramos recibidos en al casa de unos apreciados pioneros de aquella localidad. Antes de comenzar la reunión – que se iba a desarrollar esa misma noche y en esa misma casa-, tuve la oportunidad de conocer y trabar amistad con mis anfitriones bahá’is: una familia compuesta de marido y mujer, dos chicas jóvenes, y un pequeñín. El anfitrión, hombre tranquilo y gentil, me pidió que hiciera una oración en persa. Al acabarla, advertí que la segunda hija, de apenas 18 años, estaba llorando, y que sus lágrimas le habían inundado el rostro. Pregunté el motivo, a lo que la madre, con cara apenada y triste, contestó: “Esta chica quiere ir de pionera por su cuenta. Nosotros le aconsejamos que lo deje para después y que sea paciente. En principio porque nosotros mismos hemos venido a esta ciudad como pioneros; en segundo lugar ella es menor de edad y además no ha concluido sus estudios; en último término, por si fuera poco, ni tenemos suficiente capacidad económica para mantenerla, ni nos gustaría hacer uso de los fondos de la causa. Aun así, todos nuestros razonamientos no han ejercido influencia alguna sobre ella, de manera que nos lleva amargando la existencia desde hace tiempo. Constantemente nos repite la frase: “el tiempo es corto, y no hay que perder ni un solo instante”.

Dicho esto, tanto el padre como la madre me pidieron con insistencia que la aconsejara e hiciera desistir de su empeño: era una situación muy penosa.

Terminó la reunión y en una parte empecé a hablar con ella a solas. Me miraba con su cara inocente y sus ojos tristes, e insistía: “el tiempo es corto, y no hay que perder ni un solo instante”. Me decía que el Amado Guardián en su último mensaje había hecho responsables del cumplimiento de la Cruzada de Diez años a TODOS, y sin hacer distinción de ninguna clase entre viejos y jóvenes, grandes y pequeños… Si, supongamos, cuando Mullá Husayn ordenó a sus seguidores montar los caballos y dirigirse hacia la fortaleza, si alguno de éstos no le hubiera obedecido ¿Ahora qué juzgaríamos de él? Después de este diálogo dije a sus padres que la dejaran obrar a su aire, y que la ayudaran para que obtuviera paz en su conciencia.

La reunión había acabado con una gran animación, por lo que la vuelta al hotel se nos hizo bastante tarde.

A las 5 de la madrugada llamaron a la puerta de mi habitación. Me levanté perplejo y abrí: era el padre de la chica, que comenzaba pidiéndome perdón por llamar a aquellas horas y explicando que no había tenido otro remedio pues su hija desde acabada la reunión hasta ese mismo momento no había dejado de importunar a todos mientras seguía llorando. Ahora venían los dos a mí para ver qué les podía recomendar que hicieran. Me vestí, bajé al salón y la encontré toda pálida y acurrucada en una esquina. Tras de mucho explicar e insistir, aceptó mandar la cuestión a Tierra Santa y solicitar la guía del Amado Guardián. Escribió la carta allí mismo y me la dio para que la echara por correo.

Unos días más tarde, cuando acudimos a la escuela de verano de “Yeriyebul” topamos con ella y con toda su amable familia. Se acercó donde mí toda sonriente y feliz para comunicarme la buena nueva de que sus padres, por fin, habían accedido a su deseo de marchar como pionera.

Ya de vuelta en Irán, un día que me encontraba en las oficinas de la Asamblea Espiritual Nacional dedicado a leer las cartas recibidas, al abrir una de ellas y echarle un vistazo por encima, surgió de lo más hondo de mi corazón un profundo “¡Ay!”, y las lágrimas fluyeron de mis ojos.

Me informaban de que aquella joven, una vez instalada como pionera y después de haber guiado a varias personas a la Fe del Único, de repente había caído enferma para al poco tiempo ascender al Reino de Abhá.

Entonces descubrí el misterio de su insistencia y de aquella frase que tanto repetía: “El tiempo es corto, y no hay que perder ni un solo instante”. El misterio de que yo me preguntara por aquel entonces, ¿como una chica, con tan solo 18 primaveras se encuentra tan inquieta y tiene tanta prisa?

Dos sucesos extraordinarios acecidos sobre Mírzá Ja'far

Estos dos textos que se relatan a continuación, han sido extraídos de las fuentes al final indicadas, y ambas estan incluídas en el libro la Revelación de Bahá'u'lláh, Vol. I.

El señor Adib Taherzadeh, dice al respecto, que "éste y otros episodios similares no deben considerarse milagros o pruebas de la autenticidad del Mensaje de Bahá'u'lláh, Quien desaprueba la atribución de milagros a Su persona, pues ello degradaría la posición de la Manifestación de Dios."

Cuenta 'Abdu'l-Bahá sobre Mírzá Ja'far:

"La Prisión era para él un jardín de rosas, y su celda, estrecha, un lugar amplio y fragante. En la época en que estábamos en la prisión cayó peligrosamente enfermo y tuvo que guardar cama. Sufrió muchas complicaciones, hasta que finalmente el médico lo desahució y dio por terminadas sus visitas. Entonces aquel hombre enfermo exhaló su último aliento. Mírzá Áqá Ján corrió hasta Bahá'u'lláh con la noticia de la muerte. El paciente no sólo había dejado de respirar, sino que su cuerpo ya no respondía. Su familia estaba congregada a su alrededor, lamentándose y derramando amargas lágrimas. La Bendita Belleza dijo: "Id; entonad la oración de Yá Sháfí -Oh Tú, el Sanador- y Mírzá Ja'far volverá a la vida. Muy rápidamente se encontrará tan bien como nunca." Llegué hasta su lecho. Su cuerpo estaba frío y todas las señales de la muerte estaban presentes. Lentamente empezó a moverse; en seguida fue capaz de mover brazos y piernas, y antes de que pasara una hora levantó la cabeza, se incorporó y se puso a reír y a contar bromas.

Después de aquello vivió mucho tiempo ocupado, como siempre, en servir a los amigos. Prestar su servicio era para él un motivo de orgullo: él era para todos siervo. Era siempre modesto y humilde, siempre con Dios presente en su mente, y lleno de esperanza y fe en el grado más alto. Finalmente, estando en la Más Grande Prisión, abandonó esta vida terrenal y emprendió vuelo hacia la otra vida."*


Años más tarde Mírzá Ja'far volvió a protagonizar un incidente similar: Hájí Muhammad-Táhir-i-Málmiri estaba presente en aquella ocasión. Lo que sigue es la traducción del pasaje correspondiente de sus memorias:

"Cuando Bahá'u'lláh se alojaba en la Mansión de Mazra'ih. Mírzá Ja'far, uno de los siervos de la casa, tenía la costumbre de dejar una jarra de agua fuera del dormitorio de la Antigua Belleza, situado en la planta superior de la Mansión. Esto lo hacía por si acaso necesitaba agua durante la noche. La Mansión disponía de una gran balconada que la Antigua Belleza solía recorrer de cabo a cabo. Una noche, aproximadamente cuatro horas tras la puesta de sol, Mírzá Ja'far subía como de costumbre la jarra de agua cuando, debido a la apretada oscuridad de esa noche, dio un mal paso y él y la jarra se precipitaron desde el alero hasta el jardín. Como aquel rincón no tenía uso, nadie solía reparar en él.

Por la mañana temprano Mírzá Ja'far solía ordeñar las vacas para luego atender a otras faenas. Esa mañana no había rastro alguno de su persona. Los amigos escudriñaron todos los lados sin dar con su paradero. Finalmente tuvieron que ordeñar las vacas, traer la leche a la casa y llevar a cabo otros deberes de Mírzá Ja'far; Ese mismo día, unas tres horas después de la salida del sol, la Bendita Belleza se dispuso a recorrer la balconada. Acudió derechamente al punto de donce Mírzá Ja'far se había caído. Le llamó por su nombre y Mírzá Ja'far se levantó presto, recogió la jarra vacía y salió del jardín incólume. Siempre que los amigos pedían a Mírzá Ja'far que les relatara lo sucedido, decía: "Nada más caer, jarra en mano, desde la planta superior perdí la conciencia. Sólo cuando la Antigua Belleza pronunció mi nombre recobré el sentido"**


* Pág 165 de A los que fueron fieles

** Pág 38o de la Revelación de Bahá'u'lláh Vol. I



“la primera aflicción en recaer sobre un discípulo del Báb desde que declarase Su misión”

Este pequeño documento relata "la primera aflicción en recaer sobre un discípulo del Báb desde que declarase Su misión". Este acaeció sobre Mullá 'Alíy-i-Bastámí, una de Las Letras del Viviente.

Espero que les guste.


El Báb convocó a Su presencia a Mullá 'Alíy-i-Bastámí, dedicándole palabras de ánimo y amoroso afecto. Le instruyó para que se dirigiera directamente a Najaf y Karbilá; aludió a las severas pruebas y aflicciones que le acaecerían, y le instó a que fuera constante hasta el fin. "Vuestra fe", le dijo, "debe ser inamovible como una roca, debe sortear toda tormenta y sobrevivir a cualquier calamidad. No consintáis que os aflijan u os desvíen de vuestra meta ni las denuncias de los necios ni las calumnias del clero. Habéis sido llamados a participar del festín celestial dispuesto para vos en el Reino inmortal. Sois el primero en abandonar la Casa de Dios y en sufrir por amor a Él. Si fuerais sacrificado en Su sendero, recordad que grande en verdad será vuestra recompensa y apreciable el regalo que os será conferido". Apenas habían sido pronunciadas estas palabras cuando Mullá 'Alí, puesto en pie, emprendió su misión. Hallándose muy cerca de Shíráz, le dio alcance un joven quien, abalanzándose sobre él todo excitado le pidió que le permitiera tener unas palabras. Su nombre era 'Abdu'l-Vahháb. "Os ruego", le encareció a Mullá 'Alí entre sollozos, "que me permitáis que os acompañe en vuestro camino. Las perplejidades oprimen mi corazón; os suplico que guiéis mis pasos por el camino de la Verdad. Ayer noche oí en sueños que el pregonero anunciaba por las calles del mercado de Shíráz la aparición del Imám 'Alí, el Comandante de los Fieles. Llamó a la multitud diciendo: 'Id a buscarle. Ved que está salvando del fuego las concesiones de libertad para distribuirlas entre las gentes. Apresuraos hacia él, pues quienquiera que las reciba de sus manos verá condonada su pena, y quienquiera que no las tenga quedará privado de las bendiciones del Paraíso'. Tan pronto como escuché la voz del pregonero, me alcé y, abandonando mi tienda, crucé la calle del mercado Vakíl hasta el lugar donde mis ojos repararon en vos, que de pie distribuíais aquellas mismas licencias entre las gentes. A cualquiera que se aproximaba para recibirlas de vuestras manos, vos le susurrabais al oído unas pocas palabras que al instante le hacían huir despavorido y exclamar: '¡La desgracia sea sobre mí, pues he sido privado de las bendiciones de 'Alí y su estirpe! ¡Ah, pobre de mí, pues me cuento ahora entre los caídos y proscritos!' Tras despertarme del sueño, inmerso en un océano de pensamientos, acudí a la tienda. Súbitamente os vi pasar, acompañado de un hombre tocado con turbante y que conversaba con vos. Impulsado por un poder que no podía refrenar, raudo me levanté del asiento para daros alcance. Para total aturdimiento mío os hallé de pie, en el mismo sitio que había presenciado en sueños, ocupado en recitar tradiciones y versículos. Me hice a un lado y desde lejos continúe observando sin ser visto, en ningún momento, por vos o por vuestro amigo. Escuché que el hombre con el que platicabais protestaba con vehemencia: '¡Es más fácil que yo sea devorado por las llamas del infierno antes que reconocer la verdad de vuestras palabras, el peso de las cuales ni siquiera las montañas son capaces de sostener!' A este rechazo despectivo devolvisteis la siguiente respuesta: 'Aunque todo el universo repudiase Su verdad, nunca empañaría la pureza inmaculada de Su túnica de grandeza'. Saliendo de allí, os dirigisteis hacia el portal de Kázirán. Continué siguiéndoos hasta dar con vos en este lugar". Mullá 'Alí intentó apaciguar su turbado corazón y persuadirle de que regresara a la tienda para reemprender sus tareas diarias. "Vuestra compañía a mi lado", le instó, "ha de acarrearme problemas. Volved a Shíráz y quedad tranquilo, pues sois contado entre el pueblo de la salvación. Lejos de la justicia de Dios el retirar de un buscador tan ardiente y devoto la copa de Su gracia, o privar a un alma tan sedienta del ondeante océano de Su Revelación". De nada sirvieron las palabras de Mullá 'Alí. Cuanto mayor era su insistencia en que 'Abdu'l-Vahháb regresara, tanto mayores eran sus lamentos y sollozos. Mullá 'Alí al final se vio obligado a doblegarse a sus deseos, resignándose a la voluntad de Dios. Repetidas veces ha podido escuchársele a Hájí 'Abdu'l- Majíd, el padre de 'Abdu'l-Vahháb, el relato de esta historia con los ojos bañados en lágrimas: "¡Cuán hondamente lamento el acto que perpetré! Rogad a Dios que me conceda la remisión de mi pecado. Era yo uno de los favorecidos en la corte de los hijos del Farmán-Farmá, el gobernador de la provincia de Fárs. Era tal mi condición que nadie osaba contradecirme o hacerme daño. Nadie ponía en duda mi autoridad o se aventuraba a interferir en mi libertad. Nada más enterarme de oídas de que mi hijo 'Abdu'l-Vahháb había dejado la tienda para abandonar la ciudad, salí derecho al portal de Kázirán para llegar donde él. Blandiendo un bastón con el que me proponía darle una paliza, pregunté por el camino que había seguido. Se me dijo que un hombre tocado con un turbante acababa de cruzar la calle y que mi hijo había sido visto tras él. Al parecer, se habían puesto de acuerdo para salir juntos de la ciudad, lo cual provocó mi ira e indignación. ¿Cómo podría yo tolerar –pensé para mí– un comportamiento tan impropio por parte de mi hijo, disfrutando yo de un puesto tan privilegiado en la corte de los hijos del Farmán-Farmá? Creía que nada que no fuera un severo castigo podría limpiar los efectos del desgraciado proceder de mi hijo. "Proseguí la búsqueda hasta dar con ellos. Presa de una furia salvaje, infligí sobre Mullá 'Alí heridas inenarrables. Mas a los golpes que descargaba sobre su persona, él, con extraordinaria serenidad, dio esta respuesta: 'Detened vuestra mano, oh 'Abdu'l-Majíd, pues el ojo de Dios os observa. A Él tomo por testigo de que en modo alguno soy responsable de la conducta de vuestro hijo. No importan las torturas a que me sometáis, pues estoy preparado para las más penosas aflicciones en el sendero que he escogido seguir. Vuestras heridas, comparadas con lo que me depara el futuro, no son sino una gota frente al océano. En verdad os digo, sobreviviréis a mi muerte, y llegaréis a reconocer mi inocencia. Grande entonces será vuestro remordimiento y profundo vuestro pesar'. Mofándome de sus observaciones y haciendo oídos sordos a su llamamiento, seguí golpeándole hasta que caí exhausto. Aguantó con heroico silencio el inmerecido castigo que le propiné. Finalmente ordené a mi hijo que me siguiera, y dejé a Mullá 'Alí librado a su suerte". "De vuelta a Shíráz, mi hijo me relató el sueño que había tenido. Gradualmente un sentimiento de profunda pena se apoderó de mí. La inocencia intachable de Mullá 'Alí quedaba patente ante mis ojos, y el recuerdo de la crueldad a que le había sometido continuó perviviendo en mi alma largo tiempo. Todavía duraba la amargura de mi corazón cuando me vi obligado a mudar de residencia de Shíráz a Bagdad. De Bagdad volvía a trasladarme a Kázimayn, en donde 'Abdu'l-Vahháb estableció su negocio. En su joven rostro se fraguaba un extraño misterio. Parecía ocultarme un secreto que había transformado su vida. Y cuando, en 1267 dH

viajó Bahá'u'lláh a Iraq y visitó Kázimayn, 'Abdu'l-Vahháb cayó inmediatamente rendido al conjuro de Su encanto, prometiéndole devoción incondicional. Años después, cuando mi hijo había sufrido ya martirio en Teherán y Bahá'u'lláh estaba exiliado en Bagdad, Él, con infinita amabilidad y misericordia, me despertó del sueño de la negligencia y me enseñó el mensaje del Nuevo Día, limpiando con las aguas del perdón divino la mancha de aquel acto cruel".


Este episodio constituyó la primera aflicción en recaer sobre un discípulo del Báb desde que declarase Su misión.


Este documento ha sido escogido del libro Los Rompedores del Alba, páginas 240 a 244

Uno de los intentos de asesinato hacia Bahá'u'lláh

Shoghi Effendi describe así algunas de las actividades de Mírzá Buzurg Khán [cónsul general persa de Bagdad, que al poco de establecerse allí, se alió con Shaykh ‘Abdu’l-Husayn-i-Tihráni, para erradicar la causa y erradicar a Bahá'u'lláh]:

Por su parte, Mírzá Buzurg Khán se valió de su influencia para caldear los ánimos. A este fin incitó a que los elementos más viles del pueblo descargases sus afrentas contra Él [Bahá’u’lláh], en la esperanza de provocar alguna reacción precipitada de represalia que pudiese dar pie a falsas denuncias con las que procurarse la deseada orden de extradición contra Su común Adversario. El intento fue asimismo en vano, pues Bahá'u'lláh, desoyendo las advertencias y ruegos de Sus amigos, seguía paseándose sin escolta, de día o de noche, por las calles de la ciudad, hecho que bastaba para sumir en un estado de vergüenza y consternación a quienquiera que pretendía acercárseles, daba pábulo a sus intenciones, bromeaba con ellos para acto seguido dejarlos sumidos en la confusión y firmemente resueltos a abandonar cualquier plan que tuvieran en mente. El cónsul general llegó al extremo de contratar la suma de cien tumanes a un rufián, un turco llamado Ridá, a quien le proporcionó una montura y dos pistolas, con órdenes de tender una celada y matar a Bahá'u'lláh al amparo de las plenas promesas de seguridad que le ofrecía. Al saber cierto día que su presunta víctima se hallaba en el baño público, Ridá burló la vigilancia de los bábíes que atendían a Bahá'u'lláh, entró al baño con una pistola escondida bajo su capa y se encaró ante Bahá'u'lláh en el recinto interior sólo para descubrir que le faltaban arrestos para rematar la tarea. El propio Ridá relataba años más tarde cómo en otra ocasión, estando al acecho, pistola en mano, se sintió tan sobrecogido de temor al ver que Bahá'u'lláh se le acercaba que la pistola se le cayó de la mano; visto lo cual, Bahá'u'lláh pidió a Áqáy-i-Kalím, Su acompañante, que le devolviese el arma y le indicase el camino de vuelta a casa.

Extracto obtenido del libro Dios pasa, pág 135, de Shoghi Effendi.

'Abdu'l-Ghaffár de Isfáhán

'Abdu'l-Ghaffár de Isfáhán es uno de los que dejaron su tierra natal para convertirse en vecinos de ‘Abdu’l-Bahá y compañero suyo de prisión .Era un individuo altamente perspicaz que, por asuntos comerciales, había viajado por Asia Menor durante muchos años. Hizo un viaje a 'Iráq, donde Áqá Muhammad-'Alí de Sád (Isfáhán) le condujo bajo el cobijo de la Fe. En seguida se deshizo del vendaje de las ilusiones que había cegado sus ojos anteriormente, y se alzó volando hacia la salvación en el Cielo del amor divino. En su caso, el velo había sido delgado, casi transparente, y por este motivo, en cuanto se le comunicaron las primeras palabras, fue liberado inmediatamente del mundo de las imaginaciones ociosas y se aferró a Aquel que puede verse claramente.

En el trayecto de 'Iráq a la Gran Ciudad, Constantinopla, 'Abdu'l-Ghaffár fue un compañero íntimo y agradable. Sirvió de intérprete a todo el grupo, pues hablaba excelente turco, un idioma en el que ninguno de los amigos era diestro. El viaje llegó pacíficamente a su fin y entonces, en la Gran Ciudad, continuó siendo nuestro compañero y amigo. Lo mismo sucedió en Adrianópolis y también cuando nos acompañó a la ciudad de Haifa como uno de los prisioneros.

Aquí, los opresores tomaron la determinación de enviarle a Chipre. Él estaba aterrorizado y gritaba pidiendo ayuda, pues ansiaba estar con nosotros en la Más Grande Prisión. Cuando le llevaron por la fuerza, desde lo alto del barco se lanzó al mar. Esto no produjo ningún efecto en los brutales funcionarios. Tras sacarlo fuera del agua le retuvieron como prisionero en el barco, sujetándole cruelmente, y llevándoselo por la fuerza a Chipre. Fue encarcelado en Famagusta, pero de una manera u otra consiguió escapar y fue apresuradamente a 'Akká. Aquí, protegiéndose de la maldad de nuestros opresores, se cambió el nombre por el de 'Abdu'lláh. Arropado bajo la amorosa bondad de Bahá'u'lláh, pasó sus días tranquilo y feliz.

Pero al ponerse la Gran Luz del mundo, para brillar para siempre desde el Horizonte Más Luminoso, 'Abdu'l-Ghaffár estaba fuera de sí, presa de la angustia. Ya no tenía hogar. Partió hacia Damasco y allí pasó algún tiempo, encerrado en su tristeza, lamentándose día y noche. Fue debilitándose cada vez más. Enviamos allí a Hájí 'Abbás para que le cuidara y le diera tratamiento y atención, y para que enviara noticias de él todos los días. Pero 'Abdu'l-Ghaffár no hacía más que hablar incesantemente, en todo momento, con su cuidador y decirle cuánto anhelaba seguir su camino hacia el misterioso país del más allá. Al final, lejos de su hogar, exiliado de su Amor, partió hacia el Sagrado Umbral de Bahá'u'lláh.

Era verdaderamente un hombre abnegado y apacible; un hombre de buen carácter, buenos actos y palabras bondadosas. Saludos y alabanza sean sobre él, y la gloria del Todoglorioso. Su tumba, de suave fragancia, está en Damasco.

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