Shaykh Muhammad-Ibrahím y los dos primos.

En esta nueva entrada voy a hablar un poco sobre una historia que le ocurrió a Shaykh Muhammad-Ibrahím, Bahá’i muy querido por Abdu’l-Bahá, quien le dio ese nombre. Su nombre real era Jináb-i-Fádil-I-Shirází.

En otra entrada contaremos un poco sobre su vida, pero en la historia de hoy, hablaremos sobre una reunión en la que había dos Mullás, teólogos musulmanes..

Durante la época en la que Fádil enseñaba en el Colegio Tarbiyat en Irán, participaba en reuniones hogareñas por las noches. A menudo entre los participantes de las reuniones había teólogos y personalidades distinguidas, cuyas conversaciones llamaban la atención de los asistentes.

"En una reunión hogareña en la que hablaba Fádil con dos mullás que eran primos. El que parecía mayor y más prudente de los dos le hizo a Fádil la siguiente pregunta: “¿Qué motivo puede darnos para explicar por qué usted llegó a creer en esta Causa?

“Pruebas y evidencias de esta Más Grande Causa hay muchas”, respondió Fádil, “pero la principal y más grande de todas es el torrente de Revelación que ha fluido de la Pluma y la Lengua de la Manifestación misma, cuyo conocimiento no era adquirido sino innato”.

“¿Puede darnos un ejemplo de lo que reveló?” preguntó el mullá.

Fádil respondió: “Aquí hay algunas de las palabras reveladas por Bahá’u’lláh”, y a continuación con reverencia y profunda y sincera convicción recitó la Tabla de Ahmad que se había aprendido de memoria.

La respuesta de mullá fue jactanciosa: “Si esto es revelación, entonces yo también puedo hacer lo mismo”.

“Si usted, inmediatamente, sin dudarlo ni pensarlo”, respondió Fádil, “pronuncia palabras suyas como éstas, le prometo que, al instante, creeré en usted”.

“Muy bien”, dijo el mullá; a continuación, se levantó, recogió su túnica y se arrodilló. Tras uno o dos segundos se raspó la garganta, se frotó la barba y empezó con un Salavát, una fórmula especial de alabanza y de saludo a Dios, a Muhammad y a Sus Descendientes; las palabras mismas que usó son las de apertura del Corán. Esperó. Tras un minuto o así puso ambas manos en el suelo y se levantó del lugar donde estaba arrodillando para cambiarse a otro lugar un metro más allá donde volvió a arrodillarse, se frotó el bigote y la barba, repitió el Salavát y esperó; no ocurrió nada. Volvió a moverse, repitió el ritual, y nada. Su mente se quedó en blanco; no le venían las palabras. Una vez más volvió a cambiarse de sitio y repitió el Salavát. De nuevo, nada.

Fádil observaba la escena en silencio. Al cambiarse de sitio por cuarta vez, y mientras pronunciaba el Salavát, el otro mullá rompió en carcajadas diciendo. “¡Primo, si no puedes revelar nada, al menos ahórrate la repetición del Salavát!”. "


Fuente:

Libro: Una Gema Radiante

Págs 117-118

Capítulo XXIII

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Bahá'i historia, el blog que cuenta la historia de grandes personajes de la Fe Bahá'i a nivel mundial, y anécdotas de sus vidas

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