Shoghi Effendi describe así algunas de las actividades de Mírzá Buzurg Khán [cónsul general persa de Bagdad, que al poco de establecerse allí, se alió con Shaykh ‘Abdu’l-Husayn-i-Tihráni, para erradicar la causa y erradicar a Bahá'u'lláh]:
Por su parte, Mírzá Buzurg Khán se valió de su influencia para caldear los ánimos. A este fin incitó a que los elementos más viles del pueblo descargases sus afrentas contra Él [Bahá’u’lláh], en la esperanza de provocar alguna reacción precipitada de represalia que pudiese dar pie a falsas denuncias con las que procurarse la deseada orden de extradición contra Su común Adversario. El intento fue asimismo en vano, pues Bahá'u'lláh, desoyendo las advertencias y ruegos de Sus amigos, seguía paseándose sin escolta, de día o de noche, por las calles de la ciudad, hecho que bastaba para sumir en un estado de vergüenza y consternación a quienquiera que pretendía acercárseles, daba pábulo a sus intenciones, bromeaba con ellos para acto seguido dejarlos sumidos en la confusión y firmemente resueltos a abandonar cualquier plan que tuvieran en mente. El cónsul general llegó al extremo de contratar la suma de cien tumanes a un rufián, un turco llamado Ridá, a quien le proporcionó una montura y dos pistolas, con órdenes de tender una celada y matar a Bahá'u'lláh al amparo de las plenas promesas de seguridad que le ofrecía. Al saber cierto día que su presunta víctima se hallaba en el baño público, Ridá burló la vigilancia de los bábíes que atendían a Bahá'u'lláh, entró al baño con una pistola escondida bajo su capa y se encaró ante Bahá'u'lláh en el recinto interior sólo para descubrir que le faltaban arrestos para rematar la tarea. El propio Ridá relataba años más tarde cómo en otra ocasión, estando al acecho, pistola en mano, se sintió tan sobrecogido de temor al ver que Bahá'u'lláh se le acercaba que la pistola se le cayó de la mano; visto lo cual, Bahá'u'lláh pidió a Áqáy-i-Kalím, Su acompañante, que le devolviese el arma y le indicase el camino de vuelta a casa.
Extracto obtenido del libro Dios pasa, pág 135, de Shoghi Effendi.
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