Cuando Varqá fue de peregrinación a la presencia de Bahá’u’lláh, por primera vez, y vio sus ojos, se percató de que él ya había visto esos ojos en otro momento. Después, recordó que cuando era pequeño, él había visto un sueño. En este sueño, mientras Varqá estaba jugando con sus juguetes, vio como Dios mismo (a su juicio) venía y lanzaba sus juguetes al fuego. Al día siguiente, este pequeño niño, corrió a la presencia de sus padres y les relató lo ocurrido. Entonces ellos le dijeron que jamás volviese a decir eso, porque nadie tiene la capacidad de ver a Dios con sus propios ojos. Tras oír a Bahá’u’lláh, se dio cuenta rápidamente de que esa voz, era la misma voz que poseía Dios en su propio sueño.
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