Bahá'u'lláh, cuyo nombre significa en árabe "La Gloria de Dios", nació el 12 de noviembre de 1817 en Teherán. Era hijo de Mirzá Buzurg-i-Núrí, un acaudalado ministro del Gobierno. El nombre de Bahá'u'lláh era Husayn-'Ali y el origen de Sus ancestros se remontaba a las grandes dinastías del pasado imperial. Durante Su juventud Bahá'u'lláh disfrutó de una vida principesca y de una educación centrada en la equitación, la esgrima, la caligrafía y la poesía clásica.
En octubre de 1835, Bahá'u'lláh contrajo matrimonio con Ásíyih Khánum, hija de otro noble de quien tuvo tres hijos: un varón, 'Abdu'I-Bahá, nacido en 1844; una hija, Bahíyyih, nacida en 1846; y otro varón, Mihdí, nacido en 1848.
Bahá'u'lláh, tras declinar la carrera ministerial que tenía ante Sí, escogió consagrar todas Sus fuerzas a la beneficencia, lo que ya a comienzos de la década de 1840 le valió ser conocido como "Padre de los pobres". En 1844 esta existencia privilegiada cambió repentinamente de signo: Bahá'u'lláh se había convertido en uno de los grandes defensores del movimiento babí.
El movimiento babí, precursor de la Fe Bahá'í, barrió Irán como un torbellino, atrayendo sobre sí la persecución feroz del clero. Tras la ejecución de su Fundador, el Báb, Bahá'u'lláh fue arrestado para ser conducido, encadenado y a pie, hasta Teherán. Allí algunos cortesanos y clérigos influyentes solicitaron la pena de muerte. Pero la vida de Bahá'u'lláh quedó a resguardo gracias a Su reputación personal, la posición social de Su familia y las protestas de algunas embajadas occidentales.
Por consiguiente, fue arrojado al infame "Pozo Negro" (Siyah-Chal, en persa). Las autoridades confiaban en que este castigo acabase con Su vida. No fue así. Aquella mazmorra se convirtió en la cuna de una nueva revelación.
Bahá'u'lláh dejó la mazmorra para emprender un exilio que Le llevaría fuera de Su tierra natal y que habría de durar cuarenta años. Su primer destino fue Bagdad. Al cabo de un año Bahá'u'lláh emprendió el camino hacia las desoladas montañas del Kurdistán, en donde vivió dos años de meditación solitaria.
Este período recuerda en muchos aspectos la reclusión de los Fundadores de otras religiones: las caminatas de Buda, los cuarenta días y noches de Cristo en el desierto, y el retiro de Muhammad en la cueva del Monte Hira.
En 1856, a instancias de los exiliados babíes, Bahá'u'lláh regresaba a Bagdad. Bajo Su jefatura renovada, el prestigio de la comunidad babí empezó a crecer. La reputación de Bahá'u'lláh como guía espiritual se divulgó por toda la ciudad. Por ello, y temiendo que Su popularidad reenardeciese los ánimos de la comunidad babí de Persia, el Gobierno del Shah logró que las autoridades otomanas dieran orden de enviarlo a tierras aún más distantes.
En abril de 1863, antes de abandonar Bagdad, Bahá'u'lláh y Sus compañeros acampaban en un jardín situado a la vera del Tigris. Desde el 21 de aquel mes hasta el 2 de mayo, Bahá'u'lláh proclamó a los babíes de su entorno que Él era el Prometido predicho por el Báb y, de hecho, por las Sagradas Escrituras de la humanidad.
El jardín recibiría el nombre de "Ridván", palabra que en árabe significa "paraíso". El aniversario de los doce días allí transcurridos, conocidos como "la Fiesta de Ridván", constituye la celebración más gozosa del calendario bahá'í.
El 3 de mayo de 1863, rodeado de Su familia y algunos compañeros escogidos, Bahá'u'lláh partió de Bagdad camino de Estambul, capital del Imperio Otomano. En aquel momento Bahá'u'lláh era ya una figura que gozaba de enorme prestigio y afecto popular. Los relatos procedentes de los testigos oculares nos han dejado una descripción conmovedora de la partida, donde se mezclan las lágrimas de los espectadores y el tributo de honor que le rindieron las autoridades.
Al cabo de cuatro meses de estancia en Estambul, Bahá'u'lláh fue enviado en calidad de prisionero a Adrianópolis (la actual Edirne), adonde llegó el 2 de diciembre de 1863. En el curso de los cinco años que permaneció en dicha ciudad, la reputación de Bahá'u'lláh no dejó de extenderse, como bien prueba el intenso interés que suscitó Su persona entre los círculos de estudiosos, diplómaticos y altos funcionarios de la administración.
Hacia septiembre de 1867 Bahá'u'lláh empezó a escribir una serie de epístolas dirigidas a los dirigentes de la época, entre ellos, el emperador Napoleón III, la reina Victoria, el káiser Guillermo I, el zar Alejandro II de
Rusia, el emperador Francisco José, el papa Pío IX, el sultán Abdul-Aziz y el shah de Persia Nasirid-Din.
En ellas, Bahá'u'lláh proclama abiertamente Su condición y habla del advenimiento de una nueva era. Pero, antes que nada, advierte que el orden social del mundo iba a sufrir trastornos catastróficos sin parangón. A fin de paliarlos -es Su apremiante mensaje- los gobernantes del mundo debían conducirse con justicia. Apeló a estos grandes mandatarios para que redujeran sus arsenales y estableciesen cierta asociación de naciones. Para alcanzar una paz duradera sólo cabía un remedio: actuar conjuntamente contra la guerra.
Ante las instigaciones continuas de la embajada persa, el Gobierno turco decidió deshacerse de Bahá'u'lláh enviándolo a la fortaleza-prisión de Acre (la antigua San Juan de Acre, Palestina, provincia de Siria). Por aquel entonces Acre era un remoto confín al que solían ser enviados los asesinos, asaltantes de caminos y disidentes políticos. Era una ciudad amurallada, de callejuelas estrechas y casas de aspecto desolador; carecía de agua limpia y su aire, según la descripción popular, era tan hediondo que al aspirarlo incluso las aves caían del cielo.
Fue en este paradero adonde vinieron a recalar Bahá'u'lláh y Su familia el 31 de agosto de 1868 en lo que sería tramo final de su prolongado exilio. Los 24 años subsiguientes habrían de transcurrir entre Acre y sus alrededores. Al principio Bahá'u'lláh y Sus compañeros estuvieron confinados en el recinto de la prisión. Más tarde se les permitió el traslado a una casa dentro de la ciudad donde vivieron en condiciones de hacinamiento. Dada su fama de herejes peligrosos, su presencia era objeto de la animosidad pública. Incluso sus hijos debían lanzarse a la fuga para evitar ser apedreados.
Con el paso del tiempo, el espíritu de Bahá'u'lláh y Sus enseñanzas lograron hacer mella en medio de tanta hostilidad, al punto de que algunos de los gobernadores y clérigos de la ciudad llegaron a convertirse en devotos admiradores suyos. Al igual que aconteció en Bagdad y Adrianópolis, la talla moral de Bahá'u'lláh fue haciéndose acreedora del respeto, afecto e incluso de una posición de preeminencia social.
Acre fue además el lugar donde Bahá'u'lláh compuso su obra capital, más conocida entre los bahá'ís por su denominación persa, el Kitábi-Aqdas (El libro más sagrado). En ella se describen brevemente las leyes y principios esenciales que han de seguir Sus seguidores; asimismo en la obra quedan trazadas las líneas maestras de la administración bahá'í
En los últimos años de la década de los 70, Bahá'u'lláh quedó en libertad de trasladarse a vivir fuera del recinto amurallado, en un lugar donde Sus seguidorespodían visitarle con relativa paz y seguridad. Bahá'u'lláh fijó su residencia en una mansión abandonada, conocida como Bahjí, en cuyo retiro pudo dedicar Sus días a la escritura.
Bahá'u'lláh falleció el 29 de mayo de 1892. Sus restos fueron inhumados en una habitación ajardinada contigua a la mansión. Para los bahá'ís éste es el lugar más sagrado de la tierra.
Extracto tomado de la revista "los Bahá'is"
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