Ismu'lláhu'l-Asdaq

Ismu'lláhu'l-Asdaq fue en verdad un sirviente del Señor desde el comienzo de su vida hasta su último aliento. Siendo joven, se unió al círculo del difunto Siyyid Kázim y se convirtió en uno de sus discípulos. Era conocido en Persia por su vida de pureza, llegando a hacerse famoso como Mullá Sádiq, el santo. Era un individuo bendito, un hombre versado, instruido y muy respetado. La gente de Khurásán le tenía gran aprecio, pues era un gran erudito y uno de los más renombrados entre aquellos únicos e incomparables teólogos. Como maestro de la Fe, hablaba con tal elocuencia, con tan extraordinario poder, que conquistaba a sus oyentes con gran facilidad.

Tras haber venido a Baghdád y alcanzado la presencia de Bahá'u'lláh, se encontraba un día sentado en el patio de los aposentos de los hombres, junto al jardín pequeño. Yo estaba en una de las habitaciones que estaban justo encima y que daban al patio. En ese momento llegó a la casa un príncipe persa, nieto de Fath-'Alí Sháh. El príncipe le dijo: "¿Quién es usted?" Ismu'lláh respondió: "Soy un siervo de este Umbral. Soy uno de los guardianes de esta puerta." Y mientras yo escuchaba desde arriba, empezó a enseñar la Fe. El príncipe, al comienzo se opuso violentamente, mas, sin embargo, en un cuarto de hora, pausada y benignamente, Jináb-i-Ismu'lláh le había sosegado. Después de que el príncipe hubiera negado tan enconadamente lo que se decía, y su rostro hubiera reflejado tan claramente su furia, ahora su ira se convirtió en sonrisas y expresó la mayor satisfacción por haber encontrado a Ismu'lláh y escuchado lo que quería decirle.

Siempre enseñaba alegremente y con regocijo, y respondía amablemente y con buen humor, sin importar con cuán vehemente cólera pudiera volverse contra él aquel con quien hablaba. Su manera de enseñar era excelente. Era verdaderamente Ismu'lláh, el Nombre de Dios, no por su fama, sino porque era un alma escogida.

Ismu'lláh había memorizado gran número de tradiciones islámicas y había llegado a dominar las enseñanzas de Shaykh Ahmad y Siyyid Kázim. Se convirtió en creyente en Shíráz, en los primeros días de la Fe, y muy pronto esto fue de dominio público. Y como empezó a enseñar abierta y osadamente, le pusieron un ronzal y le llevaron por las calles y bazares de la ciudad. Aun en esa condición, sereno y sonriente, continuó hablando a la gente. No se rindió; no fue silenciado. Cuando le liberaron partió de Shíráz y fue a Khurásán, y allí también empezó a difundir la Fe, después de lo cual siguió el viaje, en compañía de Bábu'l-Báb, hasta Fuerte Tabarsí. Aquí soportó intensos sufrimientos como miembro de aquel grupo de víctimas sacrificadas. Le cogieron prisionero en el Fuerte y le entregaron a manos de los jefes de Mázindarán, para llevarle de un lado a otro y finalmente matarle en cierto distrito de esa provincia. Cuando trajeron a Ismu'lláh, encadenado al lugar designado, Dios inspiró en el corazón de un hombre que le liberara de la prisión en medio de la noche y le guiara hasta un lugar donde estuviera seguro. En medio de todas estas pruebas agonizantes, él permaneció firme en su fe.

Pensad, por ejemplo, cómo el enemigo había cercado completamente el Fuerte y lanzaba sin parar balas de cañón con sus armas de asedio. Los creyentes, entre ellos Ismu'lláh, pasaron dieciocho días sin comida. Vivían del cuero de sus zapatos. También esto acabó consumiéndose pronto, y no les quedó ya nada más que agua. Bebían un trago cada mañana, y yacían famélicos y exhaustos en el Fuerte. Cuando eran atacados, sin embargo, se ponían en pie al instante y manifestaban frente al enemigo un valor magnífico y una resistencia asombrosa, y hacían retroceder y alejarse al ejército de sus murallas. El hambre duró dieciocho días. Fue una experiencia terrible. Para empezar, se encontraban lejos de casa, rodeados y aislados por el enemigo; además, estaban muriendo de hambre; y luego estaban las súbitas acometidas del enemigo y las bombas que llovían y estallaban en el corazón mismo del Fuerte. Bajo tales circunstancias, mantener una fe y una paciencia inquebrantables es extremadamente difícil, y soportar aflicciones tan atroces, un raro fenómeno.

Ismu'lláh no flaqueaba ante las dificultades. Una vez liberado, enseñó más abiertamente que nunca. Mientras estaba despierto, cada soplo de aire que tomaba era para llamar a la gente al Reino de Dios. En 'Iráq alcanzó la presencia de Bahá'u'lláh, y también en la Más Grande Prisión, recibiendo de Él gracia y favor.

Era como un mar encrespado, un halcón que se remonta a las alturas. Su faz brillaba, su lengua era elocuente, su fortaleza y constancia desconcertantes. Cuando abría la boca para enseñar, las pruebas salían una tras otra; cuando cantaba o decía oraciones, sus ojos vertían lágrimas como una nube de primavera. Su rostro era luminoso; su vida espiritual, su conocimiento, a la vez adquirido e innato; y era celestial su ardor, su desapego del mundo, su rectitud, su piedad y temor de Dios.

La tumba de Ismu'lláh está en Hamadán. Muchas tablas fueron reveladas para él por la Pluma Suprema de Bahá'u'lláh, entre ellas una Tabla de Visitación especial tras su fallecimiento. Fue un gran personaje, perfecto en todas las cosas.

Los Seres Benditos como él ya han dejado este mundo. Gracias a Dios, no se quedaron para presenciar las agonías que siguieron a la ascensión de Bahá'u'lláh, las intensas aflicciones; pues montañas firmemente asentadas se agitarán y temblarán a causa de ellas, y los montes encumbrados se inclinarán.

Él fue verdaderamente Ismu'lláh, el Nombre de Dios. Afortunado es el que circunde esa tumba, quien se bendiga con el polvo de ese sepulcro. Sobre él sean salutaciones gy alabanzas en el Reino de Abhá.


fuente: A los que fueron fieles. Pág 21

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