Relato sobre el martirio de Badí




En el siguiente escrito voy a relatar la historia de la entrega de la Tabla Lawh-i-Sultan, que Bahá’u’lláh escribió para Nasiri'd-Din Sháh, y que le fue entregada por Badí, lo que conllevó a su posterior martirio.

Badí, llamado Mírzá Áqá Buzurg-i-Nishapuri, era hijo de `Abdu'l-Majid-i-Nishapuri. Aunque éste había aceptado a el Báb, Badí no le dio ninguna importancia, incluso éste era muy rebelde. Tras reunirse con Nabil-i-Azam, y tener una conversación durante toda una noche, éste se volvió un acérrimo seguidor de la Fe Babí, dejando su casa para viajar con un Babí a Bagadad. Una vez arribó a esas tierras, vio como la persona que abastecía allí a los bahá’is había sido asesinada, así que rápidamente se ofreció para suplirle en su trabajo. Con atuendo de aguador trabajó allí, hasta que decidió marchar a ‘Akká.

Con la ropa de Bagdad, llegó a ‘Akká, vestido de aguador. Cruzó las puertas de la ciudad sin problemas, y se dirigió a la mezquita de la ciudad, para llevar a cabo sus oraciones. Allí, reconoció a ‘Abdu’l-Bahá de entre la multitud y se reunió con Él, y escribiendo sobre un papel ciertas notas, se la entregó. ‘Abdu’l-Bahá hizo que esa misma noche, Badí tuviera un encuentro con Bahá’u’lláh. El mismo Guardián dice que ese encuentro tuvo lugar en la misma cárcel, donde se encontraba preso Bahá’u’lláh. Badí tuvo dos encuentros con Bahá’u’lláh en los que un espíritu de martirio y valentía fue infundido sobre él (Bahá’u’lláh sabía que él sería el encargado de llevar tan importante Tabla para el rey de Persia).Tras esas visitas, Bahá’u’lláh despidió a Badí, y éste marchó a Haifa.

Más tarde, Bahá’u’lláh llamó a Hájí Sháh Muhammad Amín, y le entregó una caja de un palmo y medio de largo, menos de un palmo de ancho, y dos dedos de grosor, junto a una carta sellada, y le ordenó que le fuera entregase todo esto y una cierta cantidad de dinero a Badí.

Hájí Sháh Muhammad Amín marchó a Haifa al encuentro de Badí, y en cuanto lo vio, se alejaron de la ciudad, y allí le entregó lo que Bahá’u’lláh le había entregado. Este cogió la caja, la besó, se postró en el suelo,y haciendo una reverencia, se levantó. Tras eso cogió la carta sellada, y se alejó unos 20 o 30 pasos de Hájí Sháh Muhammad Amín, y se puso mirando a ‘Akká. Leyó la carta, y otra vez se postró, haciendo otra reverencia, y el rostro le cambió, de manera que ahora sonreía con gran alegría y furor. Entonces Hájí Sháh Muhammad Amín le preguntó a Badí: “¿Puedo ver la carta que la Bendita Belleza a escrito para ti?”, a lo que Badí respondió: “no hay tiempo”. Hájí Sháh Muhammad Amín dijo para si mismo: “en ese momento supe que fuese lo que fuese, Badí no podía decir nada acerca del contenido de la carta.” Tras eso Hájí Sháh Muhammad Amín dijo: “Venid pues conmigo a la ciudad, que debo entregaros cierta suma de dinero que Bahá’u’lláh mismo me encargó que os diese”, y Badí dijo que él no iba a la ciudad, pero que fuese él, y después se lo trajese.

Cuando Hájí Sháh Muhammad Amín volvió, vio que Badí no estaba, y buscando por doquier no lo encontró. Poco más tarde se dio cuenta de que éste había partido hacia Beirut. No tuvo noticias de él, hasta que desde Teherán llegó la noticia de su martirio, y entonces se percató de que la caja que Bahá’u’lláh le entregó contenía la Tabla del Sultán, en la que ya se le decía a Badí que sería martirizado.

Todos aquellos que se cruzaron con Badí dan viva muestra de que éste estaba muy alegre, pero no sabían nada, solo que éste había ido de peregrinaje, y que ahora volvía a Khurasán.

Cada cien pasos que daba, este se postraba y hacía una reverencia, girándose hacia ‘Akká, y se le oía decir: “Dios mío, no me prives con tu justicia de todas las bendiciones que tan amablemente has vertido sobre mí.”

Badí, en un largo viaje de cuatro meses, solo, sin compañero de viaje, subiendo montañas y cruzando valles, viajó incansablemente hasta llegar a Teherán. A su llegada, no avisó siquiera a su propio padre, sino que tal como la Bendita Belleza le había ordenado, no se relacionó con nadie, ni pronunció palabra sobre el legado que le había sido entregado y en completo ayuno durante 3 días estuvo buscando el castillo del Sháh. Cuando lo encontró, subió un pequeño monte, que se encontraba un poco más alto que el castillo, y se sentó sobre él. Después de tres días, el Sháh salió de su castillo para ir a cazar, y en cuanto lo vio, se acercó a él, y con gran cortesía le dijo que traía una carta de suma importancia para él, y que meditase sobre la misma. En el instante que Badí le estaba entregando tan importante carta al Sháh de Persia, Bahá’u’lláh mismo lo dio a conocer para los Bahá’is que se encontraban reunidos en Su Presencia.

El sháh se conmocionó con tales palabras, y acto seguido supo que aquello que ese viajero portaba provenía directamente de Bahá’u’lláh, y musitó que inmediatamente le registrasen, y que intentasen que Badí diera el nombre de algunos Babíes.

El señor Faizy dice que :

“ El rey, todos los viernes tenía la costumbre de ir a las afueras de la ciudad, darse un paseo, y todos los pobres se dirigían a él, y le decían bellas palabras, deseándole una buena vida y salud, a lo que éste contestaba metiendo la mano en un saco con monedas, y lanzándolas al aire para que éstos las cogiesen. Entre estos pobres, se veía a un hombre vestido con ropas andrajosas y pelo desmenuzado, erguido cual flecha, fijando su mirada en la cara del rey, y esto llamaba mucho la atención del rey. Sin darle más importancia, el rey prosiguió su camino, y marchó a su residencia de verano. Tras varios días, mientras el rey observaba con su catalejo, vio como el mismo hombre que no corría tras el dinero que este tiraba, se encontraba en la cima de un monte cercano, erguido tal y como lo vio varios días atrás. El rey se dio cuenta en ese momento que ese hombre tenía una pregunta que hacer. Entonces mandó a varios de sus guardas para que cogieran a Badí y lo trajesen hasta él, para ver el motivo de su venida…”

Uno de los verdugos del Sháh, cuenta que:

“Nosotros, por orden del rey, hemos matado mucho, mucho. Pero nunca se ha dado un caso tan impactante para mí como el de ese chico que vino hacia nosotros con una carta para el rey (Badí). No se de qué estaba hecho este chico, pero cuando nosotros le poníamos hierro candente sobre su cuerpo para que dijese el nombre de al menos un Babí, éste no abría siquiera la boca. Cuántos éramos los que le forzábamos y le heríamos, y este ni pronunciaba palabra… Y entonces hicimos contra él lo que jamás hemos hecho contra nadie. Cogimos un ladrillo, y poniéndolo al fuego durante un tiempo, lo pegamos contra su pecho. Pero sus ojos estaban en otro sitio…, y era como si su cuerpo estuviese vacío, y nada fuera capaz de infringirle dolor, y nosotros solo queríamos que de su boca saliesen algunas palabras…

Finalmente golpeamos su cráneo con gruesas porras de madera, hasta destrozarlo, y lo tiramos a un foso y lo recubrimos con tierra.”



Fuentes: Los Apóstoles de Bahá'u'lláh, del Sr Goharriz, libro escrito en persa

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